A 132 vendimias de la equidad de género
Para todos aquellos que pensaron que el mundo del vino estaba dominado por hombres, lamento decirles que se han equivocado: el mundo del vino, por lo menos en Chile, está hoy en manos de las mujeres.
Las instituciones y asociaciones más relevantes del vino en nuestro país, están actualmente presididas o bien, lideradas por mujeres en su gestión: La Asociación de Mujeres del Vino, la Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos Enólogos, la Asociación de Sommeliers, Wines of Chile, el Movimiento de Viñateros Independientes y las gerencias de las rutas más relevantes del vino: Colchagua, Curicó, Maule y Cachapoal, están a cargo de mujeres.
Después de esta declaración, pareciera ser que, en Chile, y específicamente, en el mundo del vino, todo está resuelto. Sin embargo, como en muchos casos, la realidad es otra y las apariencias engañan. Porque pareciera que ni si quiera toda esa presencia femenina es capaz de movilizar una industria reconocidamente patriarcal.
Fuerte resuenan las palabras de Aristóteles sobre las mujeres en “La Política”, que, a pesar de “tener deliberación, carecemos de autoridad”. Tenemos el poder, pero no lo poseemos realmente. Incluso se nos critica por no saber ejercerlo desde nuestra posición y caemos en prejuicios o estereotipos que nos transforman a vista de todos en víboras y trepadoras, como si no nos bastara con toda la culpa o el síndrome de la impostora. Además, hoy cargamos con la falta de habilidad para ejercer un poder que tanto aspiramos.
Y sí, en muchas situaciones puede parecer así. Usualmente, cuando las mujeres alcanzamos el poder nos masculinizamos, y a veces hasta tal punto, que nos olvidamos que somos mujeres y caemos en la misma dinámica patriarcal que tanto criticamos, debido a que los mandatos de género, a pesar de no estar escritos, están tan interiorizados en la sociedad, la cultura, en nuestras madres y en nosotras mismas, que no entendemos el poder desde el ser mujer… Y allí es donde hay que tomar una decisión: o tener poder o ser mujer. Y muchas veces, optamos por refugiarnos en nuestros roles esperados, dentro de lo privado, lo emocional y reproductivo, en un lugar donde, lamentablemente, nos sentimos seguras, perpetuando esas normas que condicionan la forma en que nos han enseñado a comportarnos desde niñas. En esta dinámica, ejercer el poder tal y como lo conocemos, sería adentrarnos en un rol público, racional y productivo, un espacio masculino y dominante.
A pesar que hoy las mujeres tenemos una presencia mayor en la industria vitivinícola, todavía enfrentamos innumerables desafíos y barreras; la brecha de género, aquí, está presente con fuerza y los esfuerzos por visibilizar, incluir y reconocer esta situación parecieran ser en vano en un ambiente aún hostil para la mayoría. Todavía resuena el desafortunado comentario de un reconocido enólogo diciendo que en Chile “No hay mujeres en proyectos importantes en el vino” y que en su defensa de ser sacado de contexto porque “vive y trabaja rodeado de mujeres” expresó sus disculpas con la mejor de las intenciones, que no hacen más que confirmar que no hemos avanzado ni cercanamente a lo suficiente.
Pareciera que, aunque las mujeres hoy estamos en posiciones de poder con respecto a los años anteriores, todavía no logramos captarlo, gestionarlo y practicarlo. Y no es culpa nuestra, es que todavía estamos aprendiendo cómo ejercerlo desde nuestro liderazgo femenino, sin desprendernos de nuestra esencia. Porque si es muy seria, es amargada, si es risueña es blanda; si es sensible, es infantil; si da su opinión, es grosera; si alza la voz es histérica.
También pareciera que tenemos la constante necesidad de tener que demostrar algo más que nuestros compañeros y justificar en cada uno de nuestros actos, que merecemos estar al poder. Un hecho agotador que de todas maneras potencia la desigualdad y discriminación de género.
Pero también es cierto que la industria del vino, en los últimos años, se ha refrescado en contra de todos los presagios del calentamiento global. Existe una nueva mirada, una perspectiva diferente desde el papel que la mujer juega en toda la cadena productiva, comercializadora y consumidora. En la superficie nos encontramos con mujeres al mando de las instituciones, mujeres con voz e iniciativa, mujeres emprendedoras que contrastan con cifras demoledoras en Chile y el mundo; las mujeres en los cargos directivos siguen siendo una abrumadora minoría.
En momentos de cordura, se habla que debemos deconstruirnos, hombres y mujeres, lo que conlleva deshacer analíticamente nuestras concepciones, significaciones, pensamientos, ideas y prejuicios, para darles una nueva estructura. Deconstruir el patriarcado, a nosotr@s mism@s y deconstruir una industria que, tradicionalmente, ha sido dominada por hombres en todos sus aspectos, puede parecer una tarea titánica, porque deconstruir genera resistencia, sobre todo a renunciar y todas las renuncias duelen.
De no haber renuncias ni cuestionamientos que suscriban cambios contundentes, la industria del vino corre el serio riesgo de convertirse en esos “misóginos pasivos”, aquellos que la filósofa Martha Nussbaum identifica como los que: “se benefician de un sistema injusto para las mujeres, que discrimina en razón de género y, sin embargo, no hacen nada por cambiarlo” y que la periodista chilena Paula Escobar, en su última columna en el periódico La Tercera, hace referencia con números y familiares ejemplos de pasividad o mirar al techo ante actos abusivos, discriminatorios o irresponsables.
En la industria del vino tampoco queremos esos otros misóginos pasivos que incluso hablan de diversidad e inclusión, pero que se quedan en las apariencias y discursos típicos de un purple washing, campañas y estrategias de publicidad engañosa, teñidas de una mirada feminista, sin un real compromiso.
En esta nueva conmemoración de un 8M, más que reivindicar a las diversas variantes intelectuales del feminismo, todavía incomprendidos por esta industria, será necesario trabajar una agenda en conjunto donde todos los actores del vino nos comprometamos, desde nuestras respectivas posiciones, a una real deconstrucción, renunciando a estancos estereotipos y redistribuyendo y construyendo un poder más justo y equitativo, trabajando por fomentar el desarrollo de talentos, la disminución de brechas ya sean salariales, de oportunidades y reconocimientos, aunando esfuerzos no solamente para cumplir con las expectativas, sino más bien para generar políticas contra la violencia y el abuso en todas sus dimensiones, donde las mujeres tengan las herramientas y el soporte necesario para poder aportar y liderar desde lo femenino, desde el respeto, la diversidad y la inclusión, pilares fundamentales para cualquier industria exitosa y sostenible, donde la industria del vino no debe ser la excepción.
A 132 años o vendimias futuras para lograr la equidad de género, según el Foro Económico Mundial y como así también muchos otros retos pendientes, urge, por lo menos acelerar el ritmo del cambio. Este debiese ser un compromiso de todos y todas, con las presentes y futuras generaciones de nuestra sociedad.
Fuente: Vinifera.cl 03/2023