La cocina de los políticos
Hace algunos días, un reconocido cocinero chileno se indignaba en redes sociales y llamaba al respeto a los medios y políticos por el uso de la palabra “cocina” para referirse a aquel espacio donde se gestaban acuerdos, arreglos truchos, confabulaciones y traiciones entre cuatro paredes. Tal fue su molestia, que además de invitarlos a lavarse la boca, hizo un llamado a los políticos a salir de su cocina y la de muchos, ese espacio mágico, de calor, de solidaridad y comunidad, de cuidado y de cariño, es decir, el alma de todas y todos.
Me encantaría pensar que la cocina es solo eso. Pero, tal como en la actualidad puede llegar a ser indigesta la política de los políticos, e incluso un escándalo para algunos, la política tiene un espacio ganado, no solo hoy, sino desde siempre, ahí en nuestras cocinas, cuchareando nuestras ollas frente a nuestras narices, sin siquiera darnos cuenta. Ya lo decía el gastrónomo Jean Anthelme Brillant-Savarin, quien desde el comienzo situó al comer y beber en el centro de la discusión política de la época: “De cómo las naciones se alimentan, depende su destino”, expresó al respecto.
Esa visión romántica de la cocina, no hace más que limitar nuestra noción de alimento y caer en el peligroso estado de inconciencia de lo que entra en nuestras bocas. Es renegar la indiscutida relación entre comida y política que Marion Nestlé, en su libro Eat, Drink, Vote (2013), identifica en todos los aspectos que rodean a lo que comemos, desde la forma de producción hasta el consumo.
Es hacer vista gorda de la gran brecha de género que sigue existiendo en las cocinas profesionales, donde pareciera que solo los hombres fueron capaces de elevar la cocina a un arte y convertirla en gastronomía, mientras las mujeres se preocupaban de alimentar a la familia. Es dejar en el olvido que en pleno estallido social, un grupo de chilenas y chilenos se organizó en Valparaíso, dando origen al “Primer Cabildo Ciudadano” con el fin de dialogar, diagnosticar y proponer los lineamientos fundamentales en una nueva constitución. O incluso, desconocer las luchas campesinas de los países en desarrollo, en la década de 1990 por la soberanía alimentaria. En definitiva, es negarse a reconocer que la cocina sí puede ser ese espacio oscuro y de conflicto en el cual todas y todos votamos con el tenedor.
Pensar la cocina y la comida como un espacio idílico, es ver solo lo que queremos ver. Hoy en día, el cocinar, comer y beber, no están ajenos a luchas de poder y necesitan con urgencia de una mirada reflexiva y cuestionadora, mal que mal comemos al menos 3 veces al día. Desde esta reflexión y cuestionamiento de los sistemas de alimentación imperantes y hegemónicos nacen una serie de activismos alimentarios. Un ejemplo es Slowfood en los años 80, que más allá de ser un “lindo concepto de comida buena”, es sin lugar a dudas un acto político y revolucionario, con un discurso especifico, fruto de la acción colectiva iniciada por el sociólogo Carlo Petrini. De esta forma, una “simple comida buena”, se transforma en una lucha de poder sobre las decisiones alimentarias en un mundo globalizado.
Los ejemplos sobran y aunque no guste que la política esté metida en la cocina o nuestras sartenes, y menos se pueda hablar de política en la mesa, es tan evidente la relación existente, que desde aquí surgen como protagonistas grandes armas de protesta contra el descontento; cucharas de palo y cacerolas, ollas comunes en las calles y hasta huelgas de hambre.
Ofendernos y limitarnos a pensar la cocina y la comida solamente como un acto biológico o ligado al placer y las emociones, siempre será una mirada incompleta, que dejará de lado la importante dimensión social, cultural, económica y política.
La cocina sí puede ser oscura y guardar secretos entre cuatro paredes, pero entender sus implicancias y todos los aspectos que la componen, sin lugar a dudas traerá de vuelta la luz y el calor de esas cocinas que rememoramos.
Sobre la autora:
Claudia Gacitúa M.
Magíster en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Santiago de Chile. Periodista, Sommelier profesional y Técnico en Gastronomía. Directora de Comunicaciones de la Asociación de Sommeliers de Chile. Cofundadora de la Asociación de Mujeres del Vino de Chile. Experta en la red Hay Mujeres. Dedicada a la comunicación de vinos y gastronomía a través de diversos formatos, lenguajes y experiencias, en los últimos años se ha enfocado en investigar la importancia de la formación de comunicadores enogastronómicos en el más amplio sentido de la palabra, desde la docencia, como en MesaCultura y The Winederful, sus proyectos personales.
Fuente: Vinifera.cl 10/2022