Paridad, el riesgo del vaciamiento
Solo un cierto adanismo por desinformación permite entender la polémica suscitada por la modificación en la composición por sexo del gabinete luego de la llegada del exsenador Álvaro Elizalde a la Segpres. La propia ministra de la Mujer, Antonia Orellana, expresó su preocupación por la pérdida de un equilibrio: las mujeres ahora son 11, de 12 en la situación previa.
Con esa misma piedra tropezó Michelle Bachelet cuando, en 2006, cumplió su promesa de integrar la paridad como criterio de conformación de su equipo, promesa que resultó tan accidentada como lo que después vino (¿cómo olvidar el Transantiago?).
Quizás por la misma ausencia que hoy se constata de una narrativa gubernamental en torno al tema, fue inevitable que la prensa no hiciera suyo un enfoque matemático, más bien mecánico, por el cual un gobierno debía contener 50% de cada sexo.
Escribí en ese momento en este mismo espacio que, tal como sugería Judith Astelarra, parecía más razonable adoptar un enfoque flexible, de forma que se obligase a que ningún género tuviera más del 40%, en una relación 60/40. Por lo demás, esa fue la perspectiva recogida en la Ley No. 20.840 de 2015 que estableció cuotas para las candidaturas al Congreso.
Es probable que, a una concepción más exacta, pero también más rígida, haya contribuido la aprobación, en 2015, de la Norma Marco para la Consolidación de una Democracia Paritaria por parte del Parlatino. En ella, y entendiéndola como “un principio que reformula la concepción del poder”, se postula “una presencia demográfica equilibrada, 50% de mujeres y 50% de hombres y, por ello, se la entiende como 50/50″.
En todo caso, sería injusto dudar de buenas a primeras de la orientación feminista que anima al actual gobierno por tener, para algunos, una paridad más “débil” (sí, como las contraseñas). No solo porque el gabinete supera con creces al promedio de 28,7 % de ministras de la región al 2022, sino porque urge que la paridad sea liberada de usos simplificadores. Mientras contamos el sexo de quien entra y quien sale de los gobiernos, son varios los ejecutivos que se suben al carro paritario para enmascarar sus intenciones autócratas, concentrando el poder en sus manos y persiguiendo a la oposición.
El intento es tan exitoso que los organismos internacionales reconocen avances por sus “marcos normativos de paridad de género” en países como Nicaragua, Honduras y México. Sucede que, por un lado, estudios sobre la situación de la democracia en el mundo los califica en un rango que va desde autoritarios, pasando por regímenes híbridos hasta democracias de baja calidad mientras, por otro, se nos dice que “la paridad debe entenderse como una de las fuerzas claves de la democracia”. Por donde se lo mire, resulta un total contrasentido.
Por María de los Ángeles Fernández, doctora en Ciencia Política.
Fuente: La Tercera 24/04/2023