Los boicots de Tolerancia 0
Mientras Violeta Parra está de vuelta y, con ella, canciones tan emotivas como “Todo cambia”, existe también el Chile inalterable. De ese paisaje forma parte Tolerancia 0, uno de los únicos dos programas de debate político. Es el más antiguo y también el más reconocido por su llegada a una audiencia de élite. La CEP de junio-julio 2010 ayuda a confirmarlo. Cuando se pregunta por la frecuencia con que la gente ve programas políticos en televisión, solamente 9,3% declara “frecuentemente”, siendo vistos además por los estratos altos. El 50% de los encuestados más pobres no los ve nunca.
En tiempos en que todo fluye y campean las burbujas financieras, inmobiliarias y educativas, su estabilidad en una industria como la televisiva, víctima del rating, así como los boicots en los que incurre, merecen análisis.
En días recientes, con la partida de uno de sus cuatro panelistas estables, se produjo la oportunidad de observar algún cambio. Sin embargo, el cuatro integrante correspondió, como en un libreto conocido, al perfil de hombre poderoso en la estructura de medios del país. Nada menos que Cristián Bofill, director La Tercera, donde además escriben Fernando Villegas y Matías del Río, éste último a través de la dominguera revista Mujer. Con su arribo, no solamente se refuerza su composición sino que, además, se concreta en un solo caso la tendencia a la concentración mediática, contribuyendo a distanciarnos todavía más de un mínima pluralidad informativa.
Pero no sólo eso. Desde que la igualdad de género irrumpiera en el debate por obra de Michelle Bachelet, se ha venido arrastrando la expectativa de que el programa integrara la mirada femenina, por cuanto sus integrantes no lo logran. No se les puede pedir lo imposible. Pero tampoco parece razonable que hayan emitido opiniones felicitándose por su composición, orgullosamente androcéntrica, bajo el supuesto de que el pool de mujeres disponible en Chile no cumple con sus exigencias.
Se me dirá que es un programa de un canal privado y que está en su legítimo derecho de configurarse cómo se le plazca. Por tanto, no cabría esperar de él algún nivel de sensibilidad en por potenciar la esfera pública a través de una discusión sobre temas de relevancia colectiva, con equilibrios más sustantivos que el cuoteo político. De todas formas, no deja de resultar un enigma su impermeabilidad a los balances que recomienda la responsabilidad social empresarial, tan en boga.
Pero resulta inevitable interrogarse por sus efectos, relacionados con la formación de opinión, aún entendiendo la dificultad para controlar todos los factores que intervienen en la formación de la misma. Por sus características, es posible establecer una relación entre su consumo y las percepciones políticas que contribuye a formar. Por estar situado en un nicho de elite, y por su particular homogeneidad y concentración, es altamente probable que se le pueda aplicar la tesis del círculo virtuoso según la cual hay una relación circular en la que los públicos más interesados en política son, a la vez, los que más consumen medios y están más informados. Al mismo tiempo, estos ciudadanos más informados y más consumidores de su información serían los que muestran mayor confianza en las instituciones políticas. Son mayoritariamente aquellos que, frente al conflicto estudiantil y las posibles vías de salida, recomiendan el recurso a los canales institucionales que integran o con los que se relacionan, pero cuyo crédito ante los ciudadanos está lesionado.
Tan satisfechos de sí mismos, entre otras cosas, porque no tienen competencia, es probable que sus panelistas tampoco se pregunten acerca de cuál puede haber sido su contribución, por no decir su responsabilidad en reforzar, bajo su aparente rudeza entrevistadora, las creencias de la élite política, impidiéndola sintonizar y conectar con lo que sucede en ese país real que hace rato nos sorprende.
Fuente: El Dínamo 12/08/2011 (link no disponible).