Extraña “cordialidad lingüística”
Mª ÁNGELES FERNÁNDEZ RAMIL & AGUSTÍN LESTA CONCHADO
CON excepción de algunos energúmenos que han llegado a referirse a los españoles como “bestias con forma humana” o aluden a diferencias en el ADN o en el grupo sanguíneo, ningún nacionalista se ha atrevido desde hace tiempo a identificar etnia con nación. Su evidente componente xenófobo generaría la inmediata repulsa en una sociedad que se precia de democrática. Por ello, el nacionalismo ha venido buscando nuevos elementos de construcción de la identidad nacional como base del sentido de pertenencia. Esa piedra angular es, desde hace años, la lengua.
A partir de esa premisa se supone que el uso de una determinada lengua conlleva una manera de ser, de hacer y de pensar diferenciada, al punto de constituir un signo externo que revelaría el espíritu de un pueblo. Desde esa perspectiva, no extraña que alguien pudiera expulsar del panteón de la “galleguidad” a Valle Inclán o a Emilia Pardo Bazán por no haber escrito en gallego.
Podemos comprobar en diferentes comunidades autónomas como ésta, y no otra, es la idea que subyace en su prolija legislación sobre política lingüística. En Galicia, el preámbulo de la Ley de Normalización -aprobada por el PP de Fernández Albor en 1983- afirma que “el proceso centralista ha tenido para Galicia consecuencias profundamente negativas” provocando una “despersonalización política” y requiriendo el combate de “los gallegos conscientes de la necesidad de evitar la desintegración de nuestra personalidad”. Afirma también que la lengua es “el núcleo vital de nuestra identidad” y la “verdadera fuerza espiritual que le da unidad interna a nuestra comunidad”.
A la vista de estas afirmaciones, resulta sorprendente que el presidente Feijóo reivindique a Galicia como “ejemplo” de las comunidades bilingües y que, además, venga a criticar ahora el hecho de que el BNG pretenda “dar carnés de buenos gallegos” cuando nada ha hecho para alterar una legislación que, por 35 años, ha buscado -en su esencia- la delimitación de grupos sociales como propios de nuestra tierra, convirtiendo en ajenos -por tanto- a los que no cumplen tales requisitos. Un caso de nacionalismo lingüístico en toda regla.
¿Cuáles debieran ser la bases de una política lingüística integradora? Las mismas que para cualquier otra: la asunción de que los grupos sociales y políticos se construyen a partir de las constituciones y normas que nos damos entre todos. En nuestro caso, la cooficialidad de las lenguas, el deber de su cuidado como patrimonio cultural y la libertad de los ciudadanos deben ser sus elementos rectores contenidos, además, en la Constitución de 1978.
Solo desde la perspectiva de considerar a las lenguas como un elemento de unión y comunicación que acerca a las personas se puede construir un proyecto que aspire a ese bilingüismo armónico o cordialidad lingüística de los que Feijóo se ufana, aunque la realidad muestre otra cosa.
Urge avanzar hacia una política lingüística moderna, eliminando prohibiciones y barreras, permitiendo a las personas vivir en libertad y procurando medidas no coercitivas tendientes a la preservación del patrimonio cultural.
Doctora USC y analista política (@Mangeles_HM) y profesor de Ciencias Jurídicas y Sociales
Fuente: elcorreogallego.es 20/03/2019