La izquierda y Venezuela
Cuando todo haya pasado en Venezuela, donde, seguramente, se irán descubriendo más cosas que añadirán horror a lo que hoy día se constata, reemergerá la pregunta acerca de si todo ello pudo haberse evitado. ¿Qué habría pasado, por ejemplo, si el expresidente Caldera no hubiera indultado al exparacaidista Hugo Chávez, autor de dos intentos de golpe de Estado, facilitando así su llegada al poder en las elecciones de diciembre de 1998?
En la misma línea de los contra fácticos, se podría interrogar si el régimen chavista hubiera llegado tan lejos sin la abierta anuencia de la izquierda latinoamericana. Es cierto que hubo individualidades a su interior que denunciaron tempranamente atropellos a los derechos humanos en el país caribeño, pero fueron acalladas, contribuyendo con ello a evanecer a su interior la izquierda más democrática. Al final, se impuso un Chávez arrollador, todo carisma y con el Alba por bandera, ayudado por el precio récord del petróleo y los respaldos de Cuba y de un Lula, que lucía, por esos días, incontestable.
Es importante recordarlo frente al intento de la izquierda por renegar de la organización criminal que Maduro lidera y todo lo que ello representa. Pedro Sánchez, el mandatario español que dio un plazo de 11 días para realizar elecciones libres, desde que la oposición inaugurara un nuevo tiempo con Juan Guaidó como presidente encargado a la cabeza, afirmó que “la izquierda es todo lo opuesto a Maduro en Venezuela”.
En su momento, intelectuales dentro de esa misma izquierda, como el venezolano Edgardo Lander, no trepidaron en afirmar que “el apoyo incondicional de las izquierdas de la región al chavismo reforzó las tendencias negativas del proceso”. De paso, anticipó lo que ya estamos viendo: que ésta miraría “hacia otro lado” cuando colapsara el modelo venezolano.
Lo anterior sucede en momentos en que las izquierdas enfrentan un debate. En Estados Unidos, precipitado por la derrota de Hillary Clinton frente a Donald Trump en las pasadas elecciones presidenciales, tienen a Mark Lilla y su crítica a la política de la identidad como punta de lanza. Encuentra su reflejo en Europa, con visos de cobrar intensidad, si los presagios de un posible avance del populismo de derechas en las próximas elecciones europeas se concreta.
Si la izquierda latinoamericana abraza ciertas dosis de autocrítica, superando su intento por explicar los triunfos de la derecha en la región, a través del uso electoral del drama venezolano, así como una visión interesada de un intervencionismo, por el solo hecho de acusar a Trump, el epicentro de cualquier futuro debate debiera ser lo que ha sido su posición frente al caso de Venezuela.
Fuente: La Tercera 07/02/2019