Las lecciones del liderazgo de Michelle Bachelet
¿La opción de la ex Presidenta por desarrollar un discurso de género fue sólo una ilusión durante su gobierno? ¿Feminizó el desempeño político de las mujeres? Son algunas interrogantes que aborda la cientista política María de los Ángeles Fernández-Ramil al analizar el legado del liderazgo de la primera mujer Presidenta de Chile. “Ella sintonizó con un sentido común instalado acerca del mayor costo que tienen que pagar las mujeres que llegan a altas posiciones. Adicionalmente, logró distanciarse de los partidos y, de paso, de todo lo que la gente asocia con maniobras e intrigas, mientras ocupaba al mismo tiempo la Presidencia, la institución más política de todas”.
Por María de los Ángeles Fernández Ramil.*
El contraste entre el inicio del mandato de Michelle Bachelet y su término es tan inesperado como preocupante. El día de su elección como la primera mujer Presidenta de Chile los rostros de las mujeres que fueron a saludarla, enfundadas con la banda presidencial que luego le colocaría a ella su predecesor, Ricardo Lagos, transmitían no sólo el cariño que la cobijó durante todo su mandato, sino que también una fuerte reivindicación de género. Con ella, llegábamos todas. Nunca se hizo más patente aquella frase de la Mistral “todas íbamos a ser reinas”.
Sin embargo, el terremoto y el tsunami del 27-F no sólo demuestran cómo los accidentes -en este caso, de la naturaleza-, pueden tener un agudo impacto político trastocando la agenda de un país, sino que también arrasaron con las posibilidades de concluir su período con broche de oro, por cuanto debieron suspenderse los actos masivos femeninos, aprovechando la coincidencia del ocho de marzo, Día Internacional de la Mujer, con la última semana del gobierno.
Como sigue siendo una rareza que una mujer alcance la primera magistratura de un país, vale la pena preguntarse acerca de los efectos, lecciones y aprendizajes que su paso por La Moneda deja no sólo para las mujeres, que le dieron masivamente su voto corroborando la llamada “solidaridad de género” y la apoyaron fielmente durante su mandato, sino que también para la sociedad en su conjunto.
Es importante recordar que, ya como candidata, y desoyendo los consejos de expertos electorales, no trepidó en desarrollar un discurso en nombre del género, develando las discriminaciones derivadas del orden patriarcal. Resultaba novedoso porque ninguna de sus predecesoras lo había hecho y porque, además, ya siendo Presidenta, convirtió estos temas en “asunto de Estado”, otorgándoles perspectiva estratégica. Pero ¿cómo desprender lecciones?, ¿cómo lograr aprendizajes a partir de su desempeño político y, en particular, a partir de su apelación al derecho a desarrollar un liderazgo de tipo femenino?
De acuerdo con lo que sugiere la literatura, es posible recurrir a varios niveles de análisis. En primer lugar existe la creencia de que las mujeres electas proveerán modelos de rol para otras mujeres. Es éste un aspecto del llamado “efecto simbólico”, difícil de medir pero incuestionable. En este ámbito, enfrentando a los escépticos que no creían en su promesa de gobierno paritario, constituyó un primer gabinete con igual número de hombres que de mujeres. Si bien los cambios posteriores hicieron tambalear este principio, su gobierno finalizó con 45 por ciento de ministras, lo que responde al criterio de paridad flexible que establecen legislaciones como la española. De esta forma, se estipula que no haya más de sesenta ni menos de cuarenta por ciento de cualquiera de los dos sexos en la composición de cargos políticos. La comprensión mediática del asunto fue sesgadamente matemática: casi con satisfacción, se insistió en su fracaso, quizás como producto de la ignorancia de los profesionales de la prensa en materias relativas a equidad de género. Sin embargo, también faltó en la autoridad la pedagogía política y la sutileza comunicacional necesarias para explicar mejor el sentido de dicha decisión. La paridad no se consuma en integrar más mujeres en cargos directivos, sino que es el primer eslabón del camino hacia una “democracia paritaria”; es decir, una representación democrática que refleje la distribución sexual realmente existente. El nuevo Presidente, como era previsible, la interrumpió, nombrando menos de un tercio de mujeres como ministras y tirando por la borda el liderazgo internacional que Chile ostentaba en presencia ministerial femenina. Su decisión dejó en evidencia la fragilidad de medidas que descansan únicamente en la voluntad del mandatario de turno y carentes de efectos vinculantes.
En segundo lugar, existe la expectativa de que las mujeres intentarán influenciar la cultura política, la agenda parlamentaria y los resultados políticos, incorporando una perspectiva diferente en el tratamiento de los asuntos públicos. Durante su gobierno se avanzó en leyes tales como el derecho de las madres trabajadoras a amamantar a sus hijos, el principio de igualdad de remuneraciones entre hombres y mujeres que presten un mismo trabajo, los derechos de las trabajadoras de casa particular y mejoras en materia de tribunales de familia entre otros, aunque es, quizás, en el programa “Chile crece contigo” y en la reforma previsional donde mejor se rastrea la huella de su preocupación de género. En el segundo, junto con incorporar el bono por hijo, se autoriza a que parte del ahorro previsional del cónyuge pueda destinarse al pago de una compensación económica decretada en un juicio de divorcio. Ambas iniciativas forman parte del llamado “sistema de protección social”, por el que la ex Presidenta ha señalado su deseo de ser recordada. Se trata de aspirar a un Estado social basado en derechos, no sólo dando respuesta a la necesidad de cautelar mínimos existenciales básicos, sino racionalizándolo mediante la apelación a un conjunto de valores que debieran ordenar nuestra vida en comunidad. Nos referimos a la empatía, la solidaridad, el cuidado, la responsabilidad por los otros y, en especial, por los más desvalidos, apelando a la denominada “ética del cuidado”.
En tercer lugar, se ha planteado que las mujeres desarrollarían un liderazgo más integrador y cooperativo. Bachelet ha reivindicado sistemáticamente su interés en promover fórmulas dialogantes de tratamiento de los problemas y de búsqueda de soluciones. Las diversas comisiones que impulsó para deliberar sobre temas complejos, algunas con más éxito que otras, se han convertido en referencia emblemática de este estilo. Pero también es interesante bucear un poco más, pesquisando las estrategias que siguió para enfrentar los contratiempos que debió enfrentar. En ese marco advirtió, todavía siendo candidata, que ella era “más astuta que ambiciosa”. Ello no es del todo cierto. El sacrificio por la causa pública supone una cierta ambición política. Demostró su astucia frente a los dilemas de autoridad (rebelión de los estudiantes secundarios), de capacidad (implementación del Transantiago) y de popularidad (manteniendo más de 80 por ciento a pesar de que las dudas sobre su agilidad y su firmeza emergieron frente al impacto del megasismo). Bachelet hizo uso no sólo de presencia de ánimo, simpatía, honestidad, sino que también de una notable habilidad por cuanto utilizó el género a su favor, corriendo el riesgo de que le acusaran de victimizarse. Recordemos su alusión al “femicidio político” o a las sobreexigencias, e incluso doble estándar de juicio, a las que se ven sometidas las mujeres en puestos de importancia. Con ello, sintonizó con un sentido común instalado acerca del mayor costo que tienen que pagar las mujeres que llegan a altas posiciones. Adicionalmente, logró distanciarse de los partidos y, de paso, de todo lo que la gente asocia con maniobras e intrigas, mientras ocupaba al mismo tiempo la Presidencia, la institución más política de todas.
¿Que todo lo anterior significa que la Presidenta ha contribuido a reforzar la “feminización” del desempeño político de las mujeres?, ¿que con ello se concurre, riesgosamente, a enfatizar la “esencialidad” femenina, la misma que ha fundamentado históricamente la exclusión de las mujeres del ámbito político? Estas interrogantes nos remiten a las polémicas entre las distintas corrientes del feminismo, donde las más conocidas son “el feminismo de la igualdad” y el “feminismo de la diferencia”. A primera vista, lo que la Presidenta Bachelet parece haber hecho es no renegar de su condición de mujer ni tratar de controlar la forma en que ello se traduce en sus formas de ver el mundo y tomar decisiones. Reivindicó su derecho a colocar una “mirada distinta” y rechazó la aplicación de los códigos tradicionales para juzgar su desempeño político, y no sin razón, por cuanto los marcos interpretativos existentes derivan de la experiencia de liderazgo masculino. En esa perspectiva, pareciera estar más cercana al denominado “feminismo de la diferencia”. Es, quizás, por esta vía, que Bachelet estableció un puente de sentido con un sector de mujeres no necesariamente afines a su postura ideológica. La encuesta CEP de octubre de 2009 es reveladora: 80,4 por ciento de apoyo en sectores bajos, 82,6 por ciento en medios y 60,6 por ciento en altos.
El mayoritario apoyo femenino que recibió Sebastián Piñera en las urnas, a pesar de proponer una visión tradicional de las relaciones de género, organizada en torno a la división sexual del trabajo y a la adscripción de las mujeres a sus funciones de esposa y madre, no sólo arroja por tierra la tesis del posible cambio cultural que habría llevado a Bachelet a la presidencia, sino que, además, permite suponer que su gobierno no fomentó mayores cambios. Así, al menos, lo señala Marta Lagos, que ha aplicado en Chile la Encuesta Mundial de Valores, afirmando que la medición de las actitudes durante los años de la administración Bachelet permite suponer que no se habría acelerado el paso en dicha dirección. Sin embargo, dado que cambios de este tipo se producen a paso de tortuga, es posible pensar que lo que no logramos percibir hoy, porque se cocina a fuego lento, bien pudiera aflorar mañana.
Esta suposición se hace más plausible en etapa de reconstrucción nacional postsismo y, por tanto, de excepcionalidad. En ella, las demandas de género podrían formar parte de una agenda eclipsada abriéndose espacios, paralelamente, para que las mujeres vean reforzadas las discriminaciones y las sobrecargas. Sólo en tiempos normales podremos saber si el gobierno de Michelle Bachelet fue tan sólo una ilusión, un momento en el que se reforzaban los sesgos de género mientras todas creímos que se avanzaba un poco más hacia la meta de la igualdad de género o si, por el contrario, se produjeron transformaciones culturales en el magma social que terminen socavando los estereotipos, para trascenderlos.
* Directora ejecutiva de Fundación Chile 21.
Fuente: Revista YA 30/03/2010