Chile frente al natalismo
Mientras viví en Chile, asistí a muchas recepciones diplomáticas. Recuerdo especialmente una con motivo del aniversario de la República Popular China, donde la transmisión de los respectivos himnos oficiales se acompañaba con imágenes. Con las chilenas se viajaba a esos parajes extremos convertidos en parte de nuestra marca. Las de China, en apariencia menos vistosas, recreaban el desfile de su interminable ejército proyectando un evidente factor de poder: su demografía.
Lo anterior viene a mi memoria mientras leo que el gobierno busca revertir la caída en la natalidad mediante “premios” a las familias que decidan tener descendencia. La medida no es novedosa. Recordemos el bono por el tercer hijo de la era Lavín en el Ministerio de Desarrollo Social. Como sea, Chile forma parte de los países que buscan tener más niños. Hace 40 años, sólo 13 aplicaban políticas para aumentar la fertilidad. Hoy serían 56, concentrando en ellos más de un tercio de la población. Las razones van desde las necesidades del crecimiento económico y la defensa nacional, hasta las pensiones (sobre todo, en los modelos de reparto) y la atención sanitaria de las personas mayores.
Aunque las políticas pronatalidad más comunes son las que buscan reducir los costos financieros que implican la reproducción y la crianza, vienen pisando fuerte las de “corresponsabilidad”, que aspiran a hacer compatible el trabajo y la familia. Se apunta a la inmigración como alternativa, pero estudios de la ONU, previos a las barreras que hoy el proteccionismo levanta, ya alertaban que su ritmo no podría compensar las estimaciones de disminución de la población.
Si hay una decisión susceptible de desafiar los convencionalismos de política es la de procrear. España, comparativamente, pudiera ser vista como un lugar ideal para tener hijos, ya que ofrecería ciertas condiciones favorables. Sus sistemas sanitario y educativo mantienen un carácter eminentemente público. Pese a ello, presenta la menor tasa de fertilidad de Europa, al punto que ya se habla de “suicidio demográfico”. Y es que hay que considerar otras dimensiones, tales como las ideas que nos hacemos sobre la trascendencia, donde la religión pierde terreno, así como la construcción de la identidad. La de las mujeres se ha ido desacoplando de la maternidad y no es arriesgado aventurar que los cambios a la base del #Metoo pudieran acentuar dicha tendencia.
Chile logra exhibir políticas públicas exitosas, como resultado del trabajo de comisiones de expertos. Por ello, extraña que no se haya conformado una para acometer un desafío que, como la sustentabilidad de la vida, contraviene cualquier tentación al simplismo.
Fuente: La Tercera 15/11/2018