Bachelet, la elegida
EN medio del verano del hemisferio norte, llega la noticia del nombramiento de Michelle Bachelet, dos veces presidenta de Chile, como alta comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Asume en una coyuntura particularmente desafiante para los derechos humanos a nivel mundial y no sin recelos. Algunas organizaciones observan en ella un “histo-rial irregular” en relación a su situación en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Que quien lo ocupe sea una mujer puede resultar hasta esperable dado el ambiente generado por el movimiento #Metoo. Sin embargo, en defensa de la ONU, hay que decir que cuenta con paridad de género entre los cargos directivos de su secretariado.
Por ello, además de mujer, quizás tenía que ser especialmente idónea. Y la exjefa de Estado chilena lo es, con méritos algunos más conocidos que otros. Entre los primeros, el conocimiento de sus entresijos ya que fue la primera directora ejecutiva de ONU Mujer. A dicho cargo llegó en 2010 precedida de su reconocimiento como la mandataria más comprometida con los derechos de las mujeres. Enseguida, el simbolismo de una biografía marcada por las violaciones a los derechos humanos. Ser hija de un general que fuera colaborador del Gobierno de Salvador Allende y que murió en manos de sus compañeros de armas la llevó, al ser nombrada en 2002 como la primera ministra de Defensa de América Latina, a promover la reconciliación cívico-militar.
Por otro lado, aunque los gobiernos del mundo se inspiran hoy, en mayor o menor medida, en variadas disposiciones que emanan de la ONU, ella plasmó algunos de sus postulados con particular celo en la agenda de su segundo Gobierno (2014-2018). Sin ir más lejos, el historiador chileno Alfredo Jocelyn-Holt no trepidó en denominarla la ‘presidencia ONU’.
Para el analista, dada la suspicacia con que habría mirado siempre a los partidos aún siendo militante socialista, ello se expresó como “cuadrante ideológico desde donde experimentar políticamente”. Añade que no solo algunos de sus colaboradores provenían de ese mundo sino que se inspiró programáticamente en los Informes de Desarrollo Humano del PNUD, decisivos en los debates acerca del Chile actual, para impulsar las reformas estructurales que combatiesen su inclusión entre los diez más desiguales del mundo. Jocelyn Holt va más lejos ya que, según él, su Gobierno podría denominarse “progresista” según los estándares marcados por la ONU pero también por la situación del país austral como uno tipo “test”.