La otra desigualdad
En años marcados por la discusión en torno a las distintas oportunidades en educación y la vida laboral dependiendo del origen, un informe del Centro UC Encuestas y Estudios Longitudinales ahonda en otra diferencia transversal en nuestra sociedad: qué ocurre en Chile si se nace hombre o mujer.
Por: Antonieta de la Fuente (@antodelafuente) y Jorge Poblete (@jpobletecapital)
Infografía: Jorge Cortés
María y Samuel nacieron casi al mismo tiempo y, al poco rato, los llevaron a piezas contiguas, junto a sus respectivas familias. Los dos pesaron más de tres kilos y tuvieron una estatura normal. Tenían unos cuantos días de vida cuando los papás de María como Samuel partieron a sus respectivas casas, que quedaban en el mismo barrio.
Aunque a los papás de cada uno de ellos les parecía que tanto María como Samuel eran ejemplos irrepetibles de la especie humana, estadísticamente no había grandes diferencias entre los dos recién nacidos. Para eso habría que esperar. Sí, porque ya entre los nueve y 23 meses, por ejemplo, María no sólo se comunicaba mejor y sociabilizaba más que Samuel, sino que también mostraba signos de una conducta adaptativa superior. Y ambos mostraban resultados parejos en el área motriz.
Las diferencias persistieron cuando ya tenían entre tres y cinco años: María llevaba la delantera en coordinación y lenguaje, aunque la motricidad era el fuerte de Samuel.
Cuando entraron al colegio, las habilidades de ambos empezaron a hacerse evidentes en otras áreas: en la prueba Simce de cuarto básico les fue parecido en matemáticas, pero el puntaje de María fue marcadamente más alto en lenguaje.
En octavo básico, hubo más cambios: María volvió a superar a Samuel en la prueba de lenguaje, pero en Matemáticas a él le fue mejor, tendencia que se repitió en el Simce que rindieron en segundo medio.
Cuando salieron del colegio, el promedio de notas de enseñanza media (NEM) de María fue superior al de Samuel. Pero, para sorpresa de ella, la PSU no ratificó la performance. El puntaje de Samuel fue superior tanto en Matemáticas y Lenguaje. Y lo mismo pasó en Ciencias y en Historia.
¿Qué ocurrió? ¿Por qué los puntajes de ella no alcanzaron los de Samuel si María mostraba un mejor desempeño escolar? Ésa es una de las preguntas en las que los investigadores del Centro UC Encuestas y Estudios Longitudinales quieren escudriñar para encontrar respuestas. Respuestas que ayuden a entender mejor dónde se originan las brechas de género que luego, en la etapa laboral, se manifiestan en menores salarios y tasas de participación más bajas en las mujeres. Y luego, en la tercera edad, en pensiones significativamente menores.
David Bravo y su equipo llevan años recopilando datos que ayuden a dar mayores luces sobre esta forma de desigualdad que hoy preocupa de manera transversal en las sociedades modernas, y particularmente a la chilena. Lo hacen escarbando en las bases de datos del Ministerio de Educación, la Encuesta Casen, el Instituto Nacional de Estadísticas y la Superintendencia de Pensiones, entre otras fuentes.
Para los autores, la respuesta a esta grieta social no es obvia. Si bien postulan que puede haber factores culturales, genes y comportamientos adquiridos, no creen que éstos sean reconocibles a simple vista. Por eso, su interés es profundizar en cada una de estas capas para buscar respuestas que permitan a futuro implementar políticas públicas de manera temprana que ayuden a emparejar la cancha ente ambos sexos.
¿Gusto adquirido?
La historia de María y Samuel -que por cierto son personajes de ficción y cuyas historias responden a los promedios de test que se han aplicado en diferentes edades del desarrollo de niñas y niños-, es transportable en el tiempo. En Chile, sostienen los autores del estudio, desde la década de 1990 que cada año consistentemente nace un 51% de hombres y 49% de mujeres. Un 42,5% de las recién nacidas pesa entre tres y tres kilos y medio, mientras un 42,2% de ellos supera los 3,5 kilos.
Las tendencias por género en el Simce se arrastran desde hace más de una década. Desde el cambio de milenio que las estudiantes obtienen mejores resultados promedio en las pruebas de lenguaje, tanto en cuarto y octavo básico, como en segundo medio. En el caso de la prueba de matemáticas, los puntajes en cuarto básico son similares y variables para uno y otro lado en el tiempo; mientras que en octavo y segundo medio, en el promedio se inclinan favorablemente hacia ellos.
En el caso de las notas de enseñanza media, los resultados las favorecen a ellas sin excepción desde 2004. Lo mismo ocurre, pero inclinando la balanza hacia ellos, en los resultados promedio de la PSU de Historia, Ciencias y Matemáticas.
Los investigadores tienen dos hipótesis para explicar las diferencias de desempeño entre hombres y mujeres, en la etapa escolar. Eileen Hughes, socióloga del Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales UC, plantea que los buenos resultados femeninos en lenguaje y masculinos en matemáticas pueden “tener que ver con estereotipos que se van transmitiendo a los niños: con qué se espera de cada uno de ellos en términos de desempeño en ciertas áreas, con currículos medio ocultos que tiene la educación. También tiene que ver con los grupos de referencia: pensando en mujeres que se han desempeñado positivamente en áreas de ingeniería, matemáticas, son pocos los ejemplos que tenemos en sociedad”.
Por otra parte, la economista Javiera Vásquez plantea que estos resultados también pudieran estar relacionados con factores no culturales y que desde la cuna “las niñas tengan más habilidades en el lenguaje, que los niños, que tienen más habilidades matemáticas”. ¿Cómo se explica entonces que en la PSU las mujeres presenten una caída en sus resultados, incluyendo la prueba de lenguaje?
Al respecto hay dos aproximaciones. “Una es que quizás la PSU no es tan importante para algunas mujeres que, a los 18 años, en los sectores más carenciados, empiezan a pensar en tener familia o entrar al mercado laboral y no les interesa tanto tener un puntaje más alto”, dice Hughes. Otra alternativa, plantea, es que “los hombres están más preparados para rendir una prueba en un momento de estrés, en una situación novedosa, que una mujer”.
Vásquez, por su parte, sostiene que los resultados coincidentes en la PSU de lenguaje de este año requieren mayor análisis: falta ver qué ocurrirá en los próximos para establecer si se trata o no de un punto de inflexión en la curva y saber si los puntajes de las estudiantes dejarán de ser más bajos en comparación con los de sus compañeros.
No me digas, ya sé que estudiarás
Pero avancemos algunos meses en el tiempo, cuando ya están en edad de entrar a la universidad.
Si María y Samuel actuaran según los promedios estadísticos, ella debiera matricularse en enfermería y él en ingeniería comercial, sostiene el estudio. Esta decisión aumentará la brecha de estos dos jóvenes en un aspecto que no habían visto hasta este momento: su remuneración.
Un análisis de las mayores matrículas según género en 2015 arrojó que mientras los estudiantes hombres se inclinaron por ingeniería comercial, derecho, ingeniería civil industrial, ingeniería civil plan común y sicología, como cinco primeras preferencias, ellas lo hicieron por enfermería, sicología, ingeniería comercial, derecho y pedagogía en educación diferencial.
Al promediar los ingresos brutos al cuarto año de titulación de ambos, tomando como referencia las 15 carreras con más matriculados, surge otra brecha: un salario de un millón 611 mil pesos para él y un millón 142 mil pesos para ellas.
Para la analista política y presidenta de Hay Mujeres, María de los Ángeles Fernández, la lección es clara. “Que las mujeres presenten mayor rendimiento en distintas pruebas es revelador de que son tanto o más capaces que los hombres pero, en algún tramo del desarrollo del plan de vida, la forma en que la sociedad chilena define la identidad de hombres y mujeres sigue atada a una percepción tradicional que se expresa, entre otros ámbitos, en la elección de carrera y ámbitos de formación profesional, con la consiguiente consecuencia en materia de brecha salarial”, dice.
Añade que “acá hay dos respuestas posibles: o logramos que las mujeres puedan diversificar sus ámbitos de elección profesional de forma que se vuelquen en carreras de corte más científico o financiero o bien, como sociedad, se trabaja por entregarle prestigio y reconocimiento a esos ámbitos que las mujeres escogen, que son fundamentales también para el país pero que no obtienen legitimidad desde el punto de vista salarial”.
Una opinión concordante es la que sostiene la directora de asuntos de género de Cepal, Nieves Rico: “Hay muchos estudios que muestran que, independientemente de las orientaciones individuales, hay una tendencia en el trabajo en la sala de clases de incentivar en las mujeres un tipo de conocimiento y forma de razonar y pensar, que se supone está más vinculado, naturalizado, a las mujeres”, dice Rico: “También es mucho más complejo que un varón escoja enfermería o parvulario porque está cargado de estereotipos, profesiones que están feminizadas y esto tiene redundancia en el precio que le pone el mercado al salario, al trabajo dedicado a este tipo de profesiones”.
Ahora, la brecha salarial no está limitada a la elección de distintas carreras. La directora ejecutiva de Comunidad Mujer, Alejandra Sepúlveda, advierte que, de acuerdo a la Encuesta Suplementaria de Ingresos 2013 del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), la brecha del ingreso medio por hora entre hombres y mujeres existe desde antes de salir del colegio y crece al aumentar los años de estudio, ya que el empleador toma en cuenta las variables asociadas a la maternidad y “generalmente lo que hace es pagarle menos”. Esto deriva también en que coloquen techo al avance que pueden efectuar en sus carreras, respecto de un hombre con los mismos años de estudio y ejercicio de la profesión.
De acuerdo a estos datos del INE, la brecha salarial entre hombres y mujeres que sólo terminaron la enseñanza secundaria es de un 20,3% y aumenta levemente entre quienes tuvieron enseñanza técnica: 20,8%. Lo curioso es que a medida que reciben más educación, las diferencias se acentúan. Entre los egresados de la universidad la diferencia de sueldo alcanza 25,4% y en hombres y mujeres con posgrados alcanza un máximo de 31,1%, con 7.037 pesos como ingreso medio por hora femenino y 10.209 pesos en el caso de los hombres.
Si bien Sepúlveda advierte que existe el posnatal masculino, plantea que el hecho de que el ingreso masculino sea mayor incide en que este sistema sea subutilizado por los hombres, ya que –al ganar en general más que ellas– disminuye el ingreso familiar.
Hacer o no un magister
El prospecto de menor remuneración, en cualquier caso, no es algo que desanime a María –nuestra protagonista– en sus estudios de pregrado. De acuerdo al análisis de la UC, sea cual sea la carrera que ella elija, es probable que la termine. Datos del Servicio de Información de la Educación Superior (SIES) muestran que desde 2007 se titulan más mujeres que hombres en carreras de pregrado: casi 94 mil contra cerca de 75 mil, en 2014.
Esta preponderancia femenina se invierte, sin embargo, cuando se trata de estudios posgrados: en este grupo 6.405 hombres y 5.905 mujeres obtuvieron el grado de magister, a los que se sumaron 352 hombres versus 298 mujeres que sacaron su doctorado.
“Uno podría hacer una lectura, por una parte, demográfica, es decir, que es porque están en una etapa de su vida reproductiva” dice Nieves Rico. La experta, sin embargo, plantea que esto se relaciona con que “asumen solas la responsabilidad del cuidado de los hijos y, por lo tanto, no tienen tiempo liberado para hacer un magister o los ingresos suficientes, porque hay una brecha salarial importante. Esto también está vinculado con la expectativa que tienen en el mercado laboral”.
Por otra parte, si María y Samuel no tuvieran la opción de ingresar a la educación superior, se enfrentarían con la siguiente realidad: de acuerdo a la Casen 2013, un 38,3% de hombres entre los 18 y 24 años trabaja y no estudia, contra 23,7% de las mujeres en este grupo.
Por otro lado, los que no trabajan ni estudian (popularizados como Nini) llegan a 26,3% en los hombres, versus 37,1% de las mujeres.
Para la investigadora Javiera Vásquez, el mayor porcentaje de mujeres Nini respecto de los hombres está estrechamente relacionado con que, a diferencia de ellos, ellas salen del mercado laboral de forma temprana para el cuidado de niños y adultos mayores, lo que, al ocurrir en una edad en que podrían estar estudiando o bien avanzando en el mundo laboral, puede “repercutir hacia posibilidades de empleo más adelante”.
Este porcentaje, si bien es alto, ha ido disminuyendo con el tiempo, especialmente en el caso de las mujeres: en 1990 las Nini en ese rango de edad eran un 60,4%, mientras que los Nini eran un 30,8%.
Vásquez explica que esto se explica por el aumento, en ese lapso, de mujeres que estudian: de 10,9% a 39,3%.
Salario dispar
Más allá de la selección de carreras, la brecha salarial a la que alude Rico se expresa claramente en los resultados de las encuestas Casen de los últimos 20 años. Se trata de montos que han ido disminuyendo progresivamente, pero aún persisten: mientras en 1992 el salario promedio por hora de hombres era de 2.757 pesos, versus 1.542 de las mujeres, en 2013 era de 4.730 para ellos y 3.576 para ellas.
Las diferencias, por cierto, pasan también por las tasas de participación laboral: 70,7 en el caso de los hombres, versus 45,6 en el de las mujeres, según la Casen 2013. En esa misma muestra se observa que el porcentaje de mujeres ocupadas por menos de 30 horas semanales es muy superior al de hombres en el mismo grupo: 22,4% contra 9,9%.
“El porcentaje de gente que trabaja menos de 30 horas semanales, el trabajo part time, es consistente con que las mujeres todavía se hacen cargo de los otros desafíos que tiene el hogar, que es el cuidado tanto de los niños como de los adultos mayores, que es una labor donde el hombre tiene que hacer más fuertemente para que la mujer realmente se pueda insertar más plenamente en el mercado laboral. Es un desafío pendiente”, plantea el doctor en economía y asesor del Ministerio del Trabajo, Cristóbal Huneeus, quien en 2011 publicó el libro Contra la Desigualdad, junto a Andrés Velasco.
“Chile no sólo está perdiendo los talentos de la mitad de su población, 48% de mujeres solamente en su fuerza laboral, sino que, al no incorporar las capacidades en distintos ámbitos del quehacer productivo sin distinción del sexo, burla la posibilidad de ser desarrollado a mediano plazo. Esto es relevante en momentos en que se discute la estrategia de desarrollo del país como fruto del encargo que la Presidenta Bachelet le hizo a la Comisión Nacional de Productividad”, recalca Fernández.
Un desafío no resuelto que tendrá un efecto muy concreto cuando a María y Samuel les llegue el momento de jubilar: la pensión promedio de vejez es significativamente más alta para los hombres que para las mujeres: 5,99 UF para ellos, contra 3,84 UF en el caso de ellas, en el caso del retiro programado; 13,44 UF en el caso de ellos para las rentas vitalicias, versus 11,55 en el de ellas, según muestran las estadísticas de la Superintendencia de Pensiones. Pero por suerte María y Samuel todavía no llegan a ese punto. Hay algo de tiempo todavía.
No veamos las desigualdades con naturalidad, actuemos en forma temprana
Por: David Bravo, Director Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales
Es impresionante constatar cómo un evento tan azaroso, como la determinación del sexo al momento de la gestación, pueda estar asociado a significativas desigualdades a lo largo de la vida. El hecho de que esto sea un fenómeno frecuente a nivel internacional o de larga data histórica, no debiera servir de consuelo ni de atenuante a su relevancia.
Hace unos meses atrás, al entregar el Informe de la Comisión Asesora Presidencial sobre el Sistema de Pensiones, señalamos que la situación más precaria la enfrentaban las mujeres. En comparación con el promedio de la OCDE, las tasas de reemplazo para las mujeres chilenas eran 28 puntos porcentuales inferiores en comparación con los 18 puntos de los hombres respecto de sus pares internacionales. No obstante haber registrado incrementos importantes en sus pensiones gracias al establecimiento del Sistema de Pensiones Solidarias a partir de 2008, el problema de las bajas pensiones las golpea esencialmente a ellas. Las diferencias en los montos de pensiones entre hombres y mujeres exacerban y vuelven a reflejar las diferencias ya existentes en la edad laboral.
El problema en parte puede ser aliviado con algunas correcciones urgentes en el sistema de pensiones, como la igualación de las edades de pensiones de hombres y mujeres, la eliminación de las tablas de vida diferenciadas por sexo y la incorporación de cuentas de pensiones compartidas.
Sin embargo, en parte importante, las diferencias en pensiones reflejan las desigualdades por todos conocidas en la vida laboral: las mujeres presentan una menor participación que los hombres en el mercado laboral y esta brecha de inserción es superior a la que se aprecia incluso en países de América Latina; las remuneraciones por hora promedio de las mujeres son del orden de un 20% inferiores a las de los hombres y la proporción de mujeres que trabaja en calidad de jornada parcial más que duplica a la de hombres. La discontinuidad laboral deteriora el capital humano de las mujeres y ésta supera con creces al número de meses que razonablemente se puede atribuir a los períodos de cuidado de pre y postnatal.
El solo examen de las brechas en el mercado laboral puede llevarnos a concluir erróneamente que el problema tiene allí su origen. No es descartable, pero aspectos como la fuerte segregación laboral de hombres y mujeres en distintas ocupaciones específicas y la distribución inequitativa de labores al interior del hogar sugieren que hay aspectos anteriores y de mayor profundidad.
Nótese que en las mediciones que hemos realizado en niños y niñas antes de los cinco años, tanto en desarrollo motor, del lenguaje, así como en aspectos socioemocionales, las niñas presentan una leve ventaja respecto de los niños para la misma edad. Algo ocurre, sin embargo, con posterioridad. Las mujeres presentan mejores resultados en Lenguaje, según lo documentan los resultados del SIMCE a los 10, 14 y 16 años, con diferencias que ascienden a 0,2 desviaciones estándar (unos 22 puntos en términos de puntaje PSU). Sin embargo, al rendir la PSU, a los 18 años, esa diferencia favorable a las mujeres se vuelve prácticamente igual a 0.
Por otra parte, no obstante la leve ventaja inicial de las mujeres antes de los cinco años, en Matemáticas esa diferencia se vuelve cercana a 0 a los 10 años y definitivamente favorable a los hombres a los 14 y 16 años (con diferencias acercándose a las 0,2 desviaciones estándar), lo que resulta muy importante al momento de rendir la PSU (con diferencias del orden de casi 0,3 desviaciones estándar). Por contraste, las jóvenes muestran mejores promedios de notas en educación básica y en educación media.
Estos resultados parecen sugerir que los padres, las familias y el entorno en los establecimientos y el medio cultural pueden tener gran influencia en lo que posteriormente son las “preferencias” de hombres y mujeres por carreras educacionales o carreras laborales. No debiera ser natural encontrar diferencias a favor de hombres o mujeres a lo largo de la vida, y la maternidad es un bien cuyo costo debiera estar distribuido entre todos, así como también las tareas al interior del hogar. Hablar de esto al momento de la edad o el período de pensionarse es demasiado tarde. Tal vez sea necesario hacerlo desde antes en los hogares y en la edad escolar. •••