El tábano de la política
Las reformas que aspiran a aumentar los niveles de probidad y transparencia han seguido un itinerario previsible. Algunos argumentos utilizados frente a las propuestas emanadas de la Comisión Engel relativas a la reinscripción de militantes, la creación de nuevas formaciones políticas y las cuotas de género en sus órganos internos revelan un intento de resistencia tras la idea de autonomía institucional y de las culturas partidarias. No se termina por entender que la apuesta por la autorregulación como principio de ordenación social no funcionó y que, si se desea recibir financiamiento público, deben cumplirse ciertos estándares. No supone, ni más ni menos, que la autoaplicación de lo que los parlamentarios les exigen a otras instituciones para que se sometan al régimen de lo público. De dicha tramitación legislativa se desprende, una vez más, que el poder no se cede salvo que exista una activa sociedad civil que le exija autolimitación a la política o bien se posea algo que no abunda: sentido estratégico acerca del impacto de las propias acciones. Es lo que el diputado Jackson les reclama a sus pares: capacidad de ver más allá de sus propias narices.
En el marco de un frenesí legislativo con poco margen para la reflexividad, emerge la crítica del diputado Boric. Convertido en el tábano de la política, señala con un aguijón punzante que en Chile habría un simulacro de democracia, donde las decisiones las toma una élite “santiaguina, rica y machista”. Sartori, un tanto matapasiones, le retrucaría diciendo que la democracia es un conjunto de ideales, pero también un sistema político y que la democracia realmente existente se termina concretando en aquello que él critica. Sus denuncias han sido comparadas, por su frescura, a las de la prematuramente fallecida diputada humanista Laura Rodríguez quien, a inicios de la transición, advertía del riesgo de “virus de altura” inherente a la vida política. Aunque Boric reivindica que sus críticas son hechas desde una política de la que hasta la misma Presidenta Bachelet, en su momento, intentó distanciarse (“a mí no pueden aplicárseme los códigos de la política”), el contexto está servido para ser procesadas en clave antipolítica. Según la última encuesta CEP, el 72% no se siente representado por los dos bloques tradicionales y la más reciente, de Mori-Cerc arroja que un 66% de los chilenos no responde por quién votaría en las elecciones parlamentarias, alcanzando un máximo histórico desde 1990.
El prometedor diputado, al tiempo que reclama una democracia con sentido social, postula un clivaje nuevo para recrear el antagonismo propio de la política entre “partidos de la transición”, capturados por intereses empresariales y lo que denomina “partidos autonómos”. La historia de los partidos se resume en que en su origen subyace siempre la idea de cambio frente al status quo dominante para terminar, más temprano que tarde reproduciendo, con variaciones, lo existente.Aunque se le puede dar el beneficio de la duda, en tiempo de reformas estructurales de toda laya y especie, pareciera que está faltando la reforma estructural más importante de todas: la de la política.
Publicado en mi columna “Voces” de La Tercera el 28/1/2016