Hablemos de productividad
Nuestras empresas parecen estar comprendiendo el valor de la diversidad en sus filas, pero hay una dimensión que todavía no logra penetrar:la contribución económica de las mujeres. Curioso, considerando que al menos desde la crisis de 2008 hemos acumulado una avalancha de evidencias.
Luego de acumular años con agendas para enfrentar los dilemas de la productividad, la llegada del tantas veces anunciado fin del superciclo del cobre terminó por impactarnos. Cálculos serios muestran que, en promedio, en los últimos 15 años, la llamada “productividad total de los factores” (PTF), se acercó a nivel nulo de crecimiento. Aunque ante la desaceleración económica, gobierno y sector privado habían instalado sendas comisiones, la última versión de la Enade pudiera ser un punto de inflexión. Avalada por la presencia del secretario general de la OCDE, José Ángel Gurría, la presidenta Bachelet declaró 2016 como “el año de la productividad”.
El tranco parece haberse acelerado con la visita del académico de la Universidad de Harvard, Ricardo Hausmann. No es la primera vez que advierte acerca de los “talones de Aquiles” de nuestra economía. Ya no solamente nos dijo que “el problema es que sabemos hacer pocas cosas”, sino que recordó el rol de los extranjeros en las economías realmente productivas. Volvió a la carga al señalar que su ausencia representa pérdida de talentos que, en Chile, se acentúa por una legislación anacrónica y por mecanismos informales como la necesidad de pertenecer a clubes cerrados con sus propias redes. Quienes lo escucharon, al parecer, abrieron su mente a dimensiones nuevas del problema, pero hay todavía una que no logra penetrar: la contribución económica de las mujeres. Resulta curioso porque, desde la crisis subprime de 2008 asistimos a una avalancha sostenida de evidencia. La más reciente, de McKinsey & Company, es un estudio que lleva por título “Un avance en la igualdad de género podría agregar 12 trillones de dólares al crecimiento mundial”. A él se refiere el economista Sebastián Edwards cuando entrega sus propios cálculos: con más mujeres en el mercado laboral remunerado nuestro ingreso nacional aumentaría entre el 15% y el 20%. Por otra parte, el más reciente reporte mundial de la brecha de género del año 2015 elaborado por el Foro Económico Mundial, afirma que “la falta de progreso en la igualdad está afectando negativamente el crecimiento económico global”. Nuestro país, en participación laboral y brecha salarial, ocupa el lugar 123 entre 145.
Una forma de enfrentarlo es propiciar políticas de conciliación entre el mundo familiar y laboral, partiendo por el artículo 203 del Código del Trabajo sobre las salas cuna. Aunque en Chile se sigue viendo como una preocupación exclusiva de las mujeres o bien como un aspecto de la gestión interna de las empresas, Anne-Marie Slaughter, ex directora de planificación del Departamento de Estado, cargo que dejó para estar más cerca de su familia y volver a su puesto en Princeton, observa que el asunto está lejos de ser un problema femenino. En un reciente artículo titulado “Un mundo laboral tóxico”, advierte cómo el mundo del trabajo ha obviado la transformación sufrida por la sociedad en las últimas décadas. A su juicio, “el origen está en un entorno diseñado para la época de Mad Men”.
Superarlo requiere cambios en las filosofías organizativas, algo a lo que el profesor Hausmann alude de otra forma cuando recomienda que “imaginemos mejor la forma en que hacemos las cosas”. Pero también supone una revisión de aquello a lo que adjudicamos prestigio. Es en este ámbito que los llamados millennials han salido al camino, convirtiéndose en un dolor de cabeza para muchas empresas que no saben cómo entusiasmarlos y menos, cómo retenerlos. Son una generación que, como sucede con las mujeres, pero también cada vez con más hombres, prioriza algo que el mainstream acerca de la productividad no logra incorporar: la sostenibilidad de la vida.