Género y dificultades partidarias
La relación de las mujeres y los partidos políticos parece ser de agua y de aceite. Los últimos apuros que enfrenta la senadora Soledad Alvear, presidenta de la DC, para ordenar a un sector rebelde de sus huestes parlamentarias, son una muestra. Su expresión más reciente fue la negativa a apoyar el monto solicitado por el gobierno para seguir adelante con el Transantiago. Esta actitud se justificaría, según uno de los diputados del grupo, “en nombre de los santiaguinos humillados”. Olvida que pueden surgir consecuencias inadvertidas: que estos mismos santiaguinos sientan que esta actitud, no sólo no contribuye a mejorar su vía crucis cotidiano sino que se los abandona aún más y, de paso, se evita la posibilidad de poner el hombro a lo que los chilenos esperan de su clase política: el trabajo mancomunado para solucionar los problemas del país.
Así lo indicó la encuesta CEP de fines del año pasado, al menos, en lo relativo a la corrupción. Sabiamente Joaquín Lavín, dueño además de un talante conciliador, tomó las lecciones del caso.
El incidente se suma a los que ha tenido que enfrentar Alvear a la cabeza de su partido y remite a la necesidad de entender qué sucede en dichas estructuras, dado que la percepción generalizada de las mujeres políticas es que los partidos no son ni tan neutrales ni tan igualitarios como instrumentos democráticos para ambos sexos. La experiencia observable indica que las dificultades son la constante, independientemente del comportamiento individual y del tipo de liderazgo que momentáneamente se ejerza.
La senadora DC es un ejemplo de despliegue de un liderazgo de tipo transaccional. Su paso por dos importantes carteras, Justicia y Relaciones Exteriores, así como las reformas y negociaciones que llevó adelante, demuestran su habilidad política para las transacciones y lograr los objetivos propuestos. Lo curioso es que, a pesar de que este estilo está asociado a lo masculino, no parecer resultar suficiente, como tampoco el hecho de haber triunfado internamente en dos elecciones competitivas de su partido. Alvear, por lo demás, es el epítome de la abnegación en la materia: sólo una vez se limitó a decir, casi en un susurro, que “las mujeres enfrentan un poquito más de dificultades”, que los hombres.
El caso de la Presidenta Bachelet también es digno de observación por cuanto, a pesar de su pronta aclamación como candidata, el PS no ha dejado de darle más de algún dolor de cabeza. Su estilo de liderazgo pareciera ser más cercano a lo transformacional, colocando nuevas dimensiones en la sociedad chilena como es la igualdad de género y apelando a la cooperación y al diálogo. Ha dicho que le interesa tanto la ética del proceso como la ética del resultado. La eficacia decisional de esta opción está por verse.
Un caso a seguir es el de Hillary Clinton, que aspira a ser la candidata del Partido Demócrata en las próximas elecciones presidenciales. De ella se plantea que trata de equilibrar ambas dimensiones en su figura política, como una suerte de dios Jano: lo masculino y lo femenino. Pasa desde afirmar que ella no estaba para quedarse en casa cocinando galletas o preparando el té, o bien apela a lo sensible. Su experiencia en el comité de Servicios Armados del Senado y los contactos realizados como Primera Dama le otorgan una expertise más masculina. Dada su eficacia para conseguir recursos y su reputación, su partido está expectante, a la espera de las primarias de enero del 2008.
Optar por un estilo o jugar a dos bandas son distintas posibilidades que se abren para las mujeres en política. Más de alguien podrá acusar que el análisis feminista lleva a ver al género en todo pero, por otra parte, desdeñar su influencia -escudándose en las características individuales- representa una miopía inexcusable.
Publicado en El Mostrador.cl