¿Género a la vista?
La inestabilidad del género en la campaña presidencial experimentó un vuelco con la irrupción de la candidatura de Evelyn Matthei. Resultaba llamativo que Bachelet no lo refiriera tan explícitamente como lo hizo en su campaña anterior. Motivos no faltan, puesto que el país se desplomó durante el actual gobierno desde el lugar 46 al 87 en el último Informe Global sobre Desigualdad de Género, elaborado por el Foro Económico.
En estricto rigor, Chile asiste hoy no a dos, sino a tres candidaturas presidenciales femeninas si sumamos a Roxana Miranda, del Partido Igualdad. Ello nos coloca una vez más, y no por motivos revolucionarios, en la órbita de países que devienen en laboratorios políticos. Llegar a la Primera Magistratura, para una mujer es todavía una rareza. De 195 estados, solamente 17 son gobernados por mujeres.
Se insiste en buscar similitudes entre ambas, pero las observadas son todavía insuficientes. Hijas de general las dos, con biografías marcadas por la historia política reciente, comparten otros patrones dictados por las definiciones sociales que afectan al género. En cuanto a su vía de acceso al poder, la presidencial parece ser una experiencia no buscada, incluso para la reincidente Bachelet. Asimismo, ambas han usado el género como estrategia para neutralizar los obstáculos. Mientras la ex mandataria ha hecho suya la idea del “femicidio político”, Matthei ha buscado generar temor con la expectativa de inspirar respeto. Los analistas, de supremacía varonil, insisten en destacar sus diferentes estilos de liderazgo, colocándolo en códigos binarios: la primera, conciliador y empático, más cercano a lo femenino; y la segunda, frontal y determinado, más cercano a lo masculino. El énfasis en el ejercicio no alcanza a comprender el impacto simbólico que en las vidas femeninas tienen las de aquellas que rompen el “techo de cristal”.
La intención abiertamente declarada de nominar a Matthei con el fin de disputarle a Bachelet el voto femenino es una apuesta coherente para la derecha, aunque riesgosa. Al tiempo que supone la continuidad de la visión instrumental con que dicho sector considera a las mujeres, extrema opciones adoptadas en elecciones previas bajo la aceptación de que resultan tan competitivas como los hombres. Pero de ahí a inferir que la condición de mujer suscita automáticamente solidaridad de género, hay un abismo. Si no, que les pregunten a Angela Merkel y a Cristina Fernández. La forma en que la derecha instala el género en la campaña, más centrado en atributos, conspira contra la necesidad de debatir las causas estructurales de la desigualdad femenina, la democracia paritaria y el impacto del “neomachismo”, reduciéndolo a un recurso de campaña.
Por su parte, la Nueva Mayoría no lo hace mejor. Aunque nadie dudaría de la convicción de su carta presidencial sobre el tema, el magro número de candidatas que llevará al Parlamento da cuenta de que su travesía por el desierto opositor poco le ha servido para aprender de estos asuntos. Se suma a ello que sus ejes programáticos revelan una epistemología productivista, distante de armonizar todavía con las lógicas a la base de las tareas del cuidado y la reproducción.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.