Paridad y su segunda oportunidad
En relación al proceso en curso de conformación del primer gabinete de la Nueva Mayoría, los medios destacan algunos aspectos. En primer lugar, la reivindicación realizada por Michelle Bachelet de su prescindencia de los partidos. En segundo lugar, una primordial preocupación por el nombre de la persona que ocupará la cartera de Hacienda, planteado en irritante clave masculina. Asociado a ello, salta al ruedo la posibilidad de que los grupos de tecnócratas que circularon por su comando desembarquen al más puro estilo Expansiva. Enseguida, se especula con listados con una conformación sorprendente por sexo por cuanto apenas se asoman dos o tres nombres femeninos entre veintidós carteras. Al parecer, los medios asimilaron una idea que, además, ayudaron entusiastamente a instalar, acerca del fracaso de la paridad como criterio de conformación ministerial durante su primer mandato.
Esa impresión es un error, consecuencia de la forma en que fue planteada pero también de la indolencia periodística en este tipo de asuntos. Su gobierno terminó con 45% de mujeres, lo que lo acerca a una paridad entendida en sentido flexible: no menos de 40 ni más de 60 por cada sexo.
Recordemos que la paridad es un reconocimiento a la dualidad sexual del ser humano que busca consagrar, por sobre el individuo abstracto (y tramposo, porque siempre termina siendo un hombre), al individuo sexuado. Su objetivo es superar el dilema igualdad real versus igualdad formal. Aunque no gustará a los que abominan de las cuotas, la paridad es un sistema de cupos, sí, pero que escapa a cualquier porcentaje arbitrario por cuanto refleja la sistemática composición universal de todas las sociedades en dos mitades.
Por lo anterior, una entendible preocupación circula por estos días entre las mujeres de los partidos del que será conglomerado de gobierno. El tiempo en que Bachelet estuvo ausente sirvió para profundizar el déficit de participación política femenina, el que se expresó en una cantidad de 18,8% candidatas en las elecciones parlamentarias pasadas, menor al promedio del 20% histórico acumulado desde 1990 a la fecha. Es cierto que los resultados entregaron un respiro de alivio. La presencia femenina en el Congreso aumentó levemente aunque todavía no se alcanza el promedio mundial de 20,3% de los escaños en los parlamentos de todo el mundo. De no mediar correctivos, y suponiendo que no existan retrocesos, Chile podría alcanzar la paridad legislativa cerca del año 2050. Por otro lado, las imágenes fotográficas de reuniones de presidentes de partidos, cuentas públicas de ministerios como el de Relaciones Exteriores y de eventos como los que organiza ENADE son elocuentes en mostrar la marginación femenina.
El anuncio del primer gabinete no estará exento de críticas. Resulta prácticamente imposible complacer las expectativas de todos y más de una coalición tan variopinta como la Nueva Mayoría. Súmese a ello las oportunidades que surgen de una sociedad que, como la chilena, está profundamente permeada por la ideología meritocrática. Es ésta, también, una de las razones por la que el cuestionamiento al modelo encontró en la educación, base que se prometió que ayudaría a superar los privilegios, su piedra de toque. Falta todavía un buen trecho para que se entienda que el mérito, aparentemente igualitario, puede generar una élite más soberbia e incluso insensible. La tecnocracia que articuló un proyecto con los efectos del Transantiago es una buena muestra de ello. El que Bachelet considere la paridad de género como conformación de su gabinete no solamente resulta obvio luego de encabezar un organismo como ONU-Mujer sino que tiene amplia simpatía en la opinión pública. Así constató el PNUD en su Informe de Igualdad de Género en el año 2010.
Sin embargo, a diferencia de la primera vez, parece aconsejable que una decisión de esta naturaleza vaya acompañada de la retórica suficiente como para que sus detractores no recurran a diatribas obvias o la reduzcan a una mera cuestión matemática. Argumentos como el valor simbólico del desdoblamiento que supone la paridad; su importancia para la llamada “política de la presencia” y su cuestionamiento a la invisibilidad que padecen las mujeres; su encuadre, no tanto en el marco de la perspectiva de la igualdad de oportunidades sino de la representación igualitaria y su vinculación con la deuda de exclusividad que presenta el tipo de democracia que hemos ido construyendo parecen ideas que debieran acompañar cualquier anuncio en dicha dirección. El 2014 no será solamente el año en que Bachelet asumirá un segundo mandato sino que coincidirá con presidencias femeninas en el Senado (se habla de la senadora Allende), pero también en la CUT, Consejo de Transparencia, Tribunal Constitucional y las dos federaciones estudiantiles más importantes del país. Aunque con relación a la paridad de género muchas nos decimos si no es ahora, cuándo, no faltará el ocurrente que aduzca que, con tanta mujer en la testera, el género “dejó de ser tema”.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.