Gabinete y gobierno: tan solo el comienzo
Columna co-escrita con Eugenio Rivera
El debate sobre el gabinete de Michelle Bachelet muestra la importancia que nuestro presidencialismo le asigna a los cargos de primera fila. Algunos análisis extreman la importancia de la lealtad, como es el caso de Rodrigo Peñailillo, pero en la cultura política chilena la confianza personal resulta clave. La relación Lagos-Insulza ha sido más bien la excepción. Algunos comparan al futuro ministro del Interior con Hinzpeter, pero, donde el primero es sobrio y paciente con los partidos, el segundo era alérgico a los viajes al Congreso e incurrió en el alarde cuando comparó la relación con su superior con la dupla Montt-Varas.
El nuevo elenco ministerial muestra continuidades y giros en relación con los gabinetes concertacionistas. Como en el pasado, incorpora a todas las fuerzas políticas en una bastante formal proporcionalidad. El recurso al cuoteo, quizás necesario para el mantenimiento de la coalición, bien poco tiene que ver con la expectativa de un “nuevo ciclo”. En cuanto a lo segundo, se observa la primacía de la política sobre una tecnocracia que parece haber sido puesta a raya. En el gabinete económico predomina un ambiente de moderación. Arenas fue formado bajo los liderazgos de Eyzaguirre, Marcel y Velasco. Céspedes es cercano a Fuerza Pública (pese a su adscripción a la DC). El nombramiento de una persona no especialista en Trabajo augura un tratamiento secundario. Pacheco, procedente del mundo empresarial, deberá resolver el puzzle energético escuchando a la ciudadanía.
Un equipo político que reúne a Rincón, Peñailillo y Elizalde, auxiliado por Burgos, Gómez y Eyzaguirre, concita el necesario tonelaje político para lidiar con la política parlamentaria, pero también un vínculo con el legado concertacionista que genera desconfianzas en el mundo social.
Por otro lado, la imposible reedición de la paridad matemática de género no sería nada si Eyzaguirre se declarara feminista, incorporando la igualdad de género como uno de los ejes de la reforma educacional.
Faltan capítulos para dilucidar, como por ejemplo cuál será el eje estratégico de la toma de decisiones, que en el anterior gobierno de Bachelet descansó primero en el acuerdo Velasco-Escalona para concluir recalando en la transversalidad concertacionista más tradicional. La forma en que se constituirá el “centro de gobierno”, entendido como el grupo de personas e instituciones que colaboran en las decisiones más importantes de la presidencia, está por verse. Surgen al menos tres preguntas: ¿mantendrá la Segpres el protagonismo recobrado en la era Piñera? ¿Podrá el futuro ministro de Educación equilibrar las tendencias hegemónicas de Hacienda, asegurando los recursos necesarios para la reforma? ¿Será el llamado Segundo Piso la instancia con el peso y la gravitación que no tuvo durante su anterior mandato?
Pero no todos son formalismos. Los presidentes también se apoyan en asesores informales, quienes forman parte de lo que Cortés Terzi denominó “el circuito extrainstitucional del poder”. El hermetismo bacheletista hace de su identificación algo dificultoso, pero, a la vez, presumiblemente menos convencional que el de sus antecesores.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.