Cuotas de género
Decir que Chile cambió suena bien como eslogan de campaña, pero la política de todos los días se encarga de relativizarlo. Las objeciones a las cuotas y al incentivo financiero para las candidatas electas, medidas ambas incluidas en la reforma al sistema binominal propuesta por el gobierno, sirve como test para escuchar argumentos que se creían superados. Se desempolvan objeciones conocidas, pero también otras menos trilladas.
Entre las primeras, que el mérito estaría reñido con las mujeres que ingresen a las listas electorales por esa vía. La cantidad de mujeres capaces por todas partes lo desmiente, pero también el desenmascaramiento de la promesa meritocrática por obra de las movilizaciones estudiantiles del 2011. Quedó claro que en Chile, la educación no logra superar el lastre de la herencia de cuna.
Otro tipo de argumentos es que la medida atentaría contra la espontaneidad de la progresión histórica. Sus partidarios toman a la propia Presidenta, así como a la del Senado y hasta la de la CUT, como ejemplos, pero se trata de evidencia selectiva que no opaca la existencia de un Congreso mayoritariamente masculino, con seis senadoras de 38, 19 diputadas de 128, así como 18,8% de candidatas en las recientes elecciones parlamentarias.
También hay ignorancia. Esta va desde señalar que las cuotas no han funcionado, hasta afirmar que son inútiles si no se produce un cambio cultural, lo que es lo mismo que preferir el status quo. En el primer caso, existen distintos regímenes de cuotas y es probable que no funcionen del todo bien en algunos contextos. Ello no invalida su reconocimiento como la medida más efectiva para responder al lento avance femenino en política, usada además por la mitad de países en el mundo.
En el segundo, la cultura es importante, pero es una más de las dimensiones de las relaciones de género. Ello exige una mirada multidimensional y transversal del asunto, lo que exige mascar chicle y andar en bicicleta al mismo tiempo.
Lo que el proyecto propone, contrariamente a su simplificación mediática, no son cuotas para mujeres y mucho menos, escaños reservados; se trata de una proporción, de acuerdo con la cual ninguno de los dos géneros ocupe más del 60% ni menos del 40% en las listas. Por su condición de subrepresentación, beneficiaría hoy a las mujeres. Adicionalmente, propone un incentivo financiero para candidatas electas, en línea con la inclusión de la perspectiva de género en el financiamiento de la política presente en varios países.
Sería deseable que la propuesta sea mejorada, porque va en la dirección correcta. Debiera potenciarse con cambios en leyes como la de gasto electoral y de partidos. Aspectos a considerar son su temporalidad (hasta cuatro elecciones consecutivas), su conciliación con las primarias, así como el tamaño de los distritos y el tipo de lista.
El debate debiera tener como telón de fondo dos aspectos: que las chilenas acumulan malestar con una política que no las considera, según datos recurrentes de la Encuesta de la Corporación Humanas, y que aquellos países que aparecen como más igualitarios, inclusivos y democráticos son los que tienen, según Usaid, a lo menos 30% de mujeres en cargos políticos.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.