Desafíos post Piketty
Si bien el sopor veraniego y situaciones que amenazan la integridad de la vida pública han tendido a monopolizar la agenda, vale la pena recordar los ecos de la reciente visita del economista Thomas Piketty. Junto con reforzar la idea de que la desaceleración económica tiene causas externas (por la caída del cobre), dio un espaldarazo a la agenda reformista del gobierno, sumándose a pronunciamientos realizados por el FMI, la Cepal y la propia OCDE.
Sus palabras antecedieron la aprobación de las reformas tributaria, electoral y educacional, además del “acuerdo de unión civil”. Vienen por delante la laboral, la despenalización del aborto, un nuevo paquete en educación, por citar algunas. La ley de financiamiento de la política cobrará, dados los acontecimientos, un renovado protagonismo. Con todo, en la Nueva Mayoría se ha venido pensando en la necesidad de esfuerzos adicionales: expresar las reformas en logros cotidianos y avanzar hacia una fuerza social que permita sustentarlas.
Lo que depara el futuro, teniendo 2018 como eje ordenador, se viene tramitando en códigos individuales (liderazgos) o procedimentales (mecanismos). ¿Y las ideas? No se observa ninguna muy nueva, aunque alguien dirá que con los ejes emblemáticos del programa basta y sobra. ¿Será porque se piensa que el combate a la desigualdad resulta obvio? Las resistencias descartan esta hipótesis y hasta Piketty señaló que “hay un nivel tolerable de desigualdad, pero no una fórmula que lo determine”. ¿Se supondrá que, dado que la implementación de las reformas trascienden al actual mandato, quien venga por delante tendrá que tomar la posta? Si bien hay consenso en que sin reformar la educación, difícilmente se podrá diversificar la estructura productiva, ¿alcanzará esta tarea para dibujar un horizonte inspirador que trascienda la experiencia contingente de un gobierno? Es en este punto donde se constata un debilitamiento de la política de ideas y cabe preguntarse en qué están los think tanks del sector. Esta tuvo su más reciente expresión en una literatura que a partir de las movilizaciones estudiantiles de 2011, retomó el hilo conductor del malestar y sus causas, pero sumando propuestas para la superación del modelo y la recuperación de lo público-estatal. De esto último se observan brotes verdes: reimpulso de la educación pública, rol regulador más vigoroso luego que colusiones varias ahogaron la promesa de la autorregulación, desarrollo de capacidades estratégicas -como ocurre con el sector energético-, pero también de orientación, con la política de clusters.
En el carácter que podría adoptar el Estado pudiera haber una clave. Dani Rodrick viene planteando que el siglo XXI requiere, frente a las nuevas tecnologías disruptivas, un “Estado Innovador” que “reconcilie al capital con los incentivos que exige una inversión en capacidad innovadora”. ¿Podría resultar para Chile? Aunque lo propone como forma para salvar el capitalismo de sí mismo, también busca con ello superar lo que llama “el Talón de Aquiles” del Estado benefactor. Para nosotros es esa una etapa que, dado todavía el nivel de interferencia del mercado en vastas áreas de la vida social, constituye un modelo en construcción.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.