Marcos mentales y reformas políticas
“…cualquier posibilidad de reforma suele atender a aspiraciones modestas, puesto que los partidos constituyen la última frontera. Sus intereses colocan topes y oportunidades, a pesar de que es sabido el evidente conflicto de interés que enfrentan cuando de legislar sobre reformas al sistema político se trata…”.
De las reformas políticas que podrían llevarse a cabo se puede decir que, a nivel del debate público, se comportan “como los Ojos del Guadiana”. Dicha expresión popular española sirve para señalar algo que ocurre a intervalos, normalmente irregulares, o bien de algo o alguien que aparece y desaparece de improviso.
De esta forma, retornan de nuevo al ámbito noticioso, aunque en términos de una propuesta más bien acotada. Se buscaría enfrentar, al menos, las disfuncionalidades producidas por el excesivo número de partidos.
Pero, más allá de contenidos y mecanismos, el asunto invita a preguntarnos por otros aspectos. Nos referimos a las ideas y creencias que moldean lo que entendemos por reformas políticas. Tal es así que pareciera que, en momentos en que asistimos a una desdemocratización a nivel global, seguimos anclados a marcos mentales de tiempos en que, sobre la democracia, se aspiraba a su consolidación.
Desde este punto de vista, algunos aspectos constituyen los límites acerca de los cuales pensamos las posibilidades de cualquier reformismo político, y vale la pena problematizarlos.
El primero de ellos se refiere a la importancia de atender a la evidencia comparada. Se suele señalar que toda reforma debiera identificar referentes y experiencias con impacto real, pero a medida que avanza la autocratización, los casos con potencial democratizante podrían disminuir. Desde 1978 no había un número tan bajo de países en proceso de democratización.
En segundo lugar, se suele recomendar la necesidad de adoptar enfoques sistémicos en alusión a cómo distintas dimensiones del diseño institucional interactúan entre sí y con otras de tipo extrainstitucional (como las prácticas y la cultura política). Sin embargo, se haría bien en mirar otros elementos, en apariencia ajenos, aunque sea con el rabillo del ojo.
Lo señala la experta Delia Ferreira cuando afirma que “hay aspectos relativos a regulaciones políticas tales como elecciones internas de los partidos o por dónde ingresan los recursos para la política, que tienen repercusión en el ambiente propicio para que el crimen organizado se establezca y sea más o menos violento”. Adicionalmente, ¿es posible discutir cambios a un sistema político a espaldas de la transición digital en curso? Para Yuval Noah Harari, “hay que regular la tecnología para tomar buenas decisiones porque también corre riesgo la democracia”.
Un tercer aspecto invita a la cautela frente a modas explicativas. No hay artículo o informe sobre el estado de la democracia que no asigne especial protagonismo a fenómenos como la polarización política afectiva. La intelectual Margaret Levi propone situarla en su justo término cuando afirma que “no es nuevo que haya división y polarización”, aunque “es probable que ahora la estemos sintiendo más intensamente”.
En cuarto lugar, sobre las reformas políticas planea cierto romanticismo. Resulta palpable cuando se debaten las anomalías que muestran los partidos en la ejecución de sus funciones, anhelando la reintroducción de sus dimensiones programáticas. La tentación es irresistible, pero revela la nostalgia por un tipo de partido, el de masas, que no volverá.
Por último, cualquier posibilidad de reforma suele atender a aspiraciones modestas, puesto que los partidos constituyen la última frontera. Sus intereses colocan topes y oportunidades, a pesar de que es sabido el evidente conflicto de interés que enfrentan cuando de legislar sobre reformas al sistema político se trata.
El desafío es imaginar fórmulas que reduzcan su injerencia en dicho ámbito de reforma, aunque, bien sabemos, ningún partido se atará una mano a la espalda en forma voluntaria. Se trata de una idea, en apariencia antidemocrática, que podría servir para salvar la democracia.
Fuente: El Mercurio 11/10/2024