Venezuela, alertas de un drama
Cuando llegué a Chile en mayo de 1985, recién egresada de la universidad, jamás imaginé que podría ser la avanzadilla de miles de venezolanos que, décadas después, mirarían hacia el sur austral con esperanza.
En ese entonces, los papeles estaban cambiados. Venezuela era la “darling” de América Latina, una tierra cosmopolita y crisol de migraciones, todavía promisoria pese a que en 1983 experimentaría aquella devaluación del bolívar con relación al dólar que sería antesala de la crisis que marcó buena parte de los 80 y los 90. Al Chile de Pinochet, cuya predictibilidad se veía alterada en ese tiempo por las protestas, solo veníamos quienes teníamos intereses más bien selectivos.
Conmigo, una maleta con ropa de verano, indicativa de mi desconocimiento de un clima que se me reveló cuando, luego de un día de lluvia, divisé la cordillera nevada. Recuerdo también sorprenderme a mí misma llorando al escuchar en algún supermercado de Ñuñoa la música ambiental del Alma Llanera.
Siendo hija de emigrantes españoles, no era yo una migrante al uso. Llegué con una beca del Institute for International Education (IIE) para realizar una pasantía en derechos humanos por un año, que se prolongó luego por más de treinta. Hice de Chile mi hogar, pero siempre atenta al devenir de mi país de nacimiento.
Evoco todo esto frente a lo que se anuncia como un nuevo éxodo masivo de venezolanos ante la autoproclamación de Nicolás Maduro como Presidente, luego de una elección en la que tuvo lugar, según expertos, “la madre de todos los fraudes”.
¿Habrá una salida para Venezuela? A pesar de los aprendizajes de la oposición, no hay manuales al uso y menos para el caso de un Estado narco petrolero que, además, es pionero entre los regímenes autócratas que avanzan en el mundo.
Cabe preguntarse si el drama venezolano pudo haberse evitado puesto que se advirtió de lo que podría acarrear el triunfo de Hugo Chávez. Voces lúcidas y valientes ya que, a contracorriente del entusiasmo que éste suscitaba, debieron soportar seguramente críticas. En un tiempo en el que todavía no existían las redes sociales, faltaron instrumentos que propagasen rápida y ampliamente ese mensaje.
Valga mi recuerdo para una de ellas, la de Carolina Jaimes Branger. Escribió una columna en 1998 con un epílogo visionario: “Tengo miedo de que la nueva Constitución sea un traje a la medida para que Hugo Chávez se convierta en dictador”.
Cada vez que la releo, reafirmo la oportunidad de la alerta de un movimiento como lo fue Amarillos por Chile. Mi mente se transporta al plebiscito constitucional de 2022, donde la madurez política del 62% de los chilenos no comulgó con un texto lleno de guiños a ese chavismo que podrá corcovear un tiempo más pero que, hoy por hoy, está fenecido.
Por María de los Ángeles Fernández, doctora en Ciencia Política.
Fuente: La Tercera 05/08/2024