La bolsa de valores es emocional
Columna de opinión por Tatiana Camps
“Las bolsas se desploman por temor desatado…” publicaba un importante diario financiero internacional hace un par de semanas después del anuncio de una nueva variante del COVID. “El dólar cerró con su mayor retroceso diario…” publicaban en Chile después de una de las varias votaciones que hemos tenido últimamente. “Las bolsas han subido en el mundo después del anuncio de vacunas efectivas” leíamos hace algunos meses en un momento de alegría y esperanza para todos los que creemos en las vacunas. Interesante que el mundo financiero, que comúnmente es descrito como frío y racional, resulte tan volátil frente a las incertezas y los cambios. El término técnico que se usa es riesgo, pero podemos reconocer que hace referencia al miedo. Esta emoción es el mecanismo regulador de los sistemas financieros. Que existan modelos financieros que permiten hacer proyecciones, no significa que se trate de un sistema racional. De hecho, esas predicciones frecuentemente fallan. Me atrevo a decir que los sistemas financieros son emocionales.
Pensar con la cabeza fría, tomar decisiones racionales es parte del discurso que escuchamos todos los días entre quienes hablan desde la autoridad en cualquier tema. Sin embargo, si el supuestamente frío mundo de las finanzas es emocional, qué posibilidad real existe de no dejarse influenciar por las emociones.
En mi época de estudiante de ingeniería civil en la Universidad de Chile, en el milenio pasado, aprendí a valorar la racionalidad, la inteligencia, la objetividad y la exactitud. Pero 20 años después, como estudiante de magister, el Dr. Humberto Maturana nos enseñó que, desde la ciencia, “no somos seres racionales, somos seres emocionales con la capacidad de razonar” y que además no tenemos acceso a la verdad objetiva porque biológicamente “somos seres interpretativos”. Como proceso biológico la emoción opera más rápido que la razón. Por lo tanto, cada razonamiento que hacemos está modulado por la emoción que estamos experimentando en ese momento.
Antonio Damasio en su libro “El error de Descartes” explica el caso de Phineas Gage, un respetado y responsable supervisor de la construcción del tren entre Boston y Nueva York que sufrió un accidente en 1848. Una barra de acero entró por su mejilla y salió por el cráneo provocando pérdida de masa encefálica. Gages no perdió el conocimiento, ni movimiento, ni ninguna de sus capacidades cognitivas superiores o su racionalidad. Sin embargo, su personalidad sufrió una transformación profunda. Se convirtió en un hombre violento, obsceno e irresponsable que perdió su lugar en la sociedad. Estudios posteriores llegaron a la conclusión que Gage tuvo daño en la zona del cerebro relacionada con las emociones. Perdió la capacidad de sentir simpatía, culpa y vergüenza y, con ello, perdió también la capacidad de tomar decisiones inteligentes.
Damasio, a través del caso de Phineas Gage, nos muestra que tomar decisiones racionales o con la cabeza fría no es un buen consejo, necesitamos de la emoción que opera como regulador con el entorno. Por otro lado, Maturana plantea que biológicamente no es posible la racionalidad absoluta, somos seres emocionales.
Pero esto conlleva otra reflexión: todos los seres humanos somos emocionales. La emocionalidad no es una cualidad exclusivamente femenina. Gritar o llorar, reír o paralizarse de miedo es igualmente emocional. Aunque el miedo tiene muy mala prensa, sin embargo, vemos que opera como regulador del riesgo, incluso en los sistemas financieros. Todos los seres humanos somos igualmente emocionales y la toma inteligente de decisiones no es racional, la inteligencia es la integración del emocionar y el razonar. Cada vez que se plantee que las mujeres somos emocionales, recuerden que la persona que grita y golpea la mesa está emocionando tanto como la que llora. Lo que cambia es la valoración que tenemos de cada emoción.
Fuente: Radio U. de Chile 18/01/2022