El futuro de la ‘nueva política’
LA reanimación del bipartidismo que anticipan las encuestas muestra una contracara: el fracaso de la llamada nueva política. Cristalizada en Unidas Podemos y Ciudadanos, los dos partidos que surgieron al calor de la crisis económica de hace una década, sus diferencias ideológicas se equiparan a sus similitudes. Desde la edad de sus líderes hasta su estilo, marcado por el antisanchismo así como una conducción partidaria ajena a esa diversidad que se proclama como buena para la sociedad en su conjunto. Asimismo, ambos fracasaron en sus esfuerzos por dar un sorpasso, tanto por la izquierda, en el caso del PSOE, o bien por la derecha, en el caso del Partido Popular.
Los dos suscitaron una ilusión que, en el caso de Rivera, resulta proporcional a su derrumbe demoscópico. No solo porque incluyó como un eje programático importante de Ciudadanos la regeneración democrática, un camino hacia la transparencia, la lucha contra la corrupción y la fortaleza de las instituciones que los partidos no suelen transitar -en general- por voluntad propia sino también por lo que concibió como su misión: constituirse como muro de contención frente al chantaje del separatismo y a la que dio espalda tan pronto como la historia, con el resultado del #28A, le dio la oportunidad de concretar. En síntesis, contribuyó al bloqueo y privó a España de ese mínimo horizonte de estabilidad que el probable resultado electoral del #10N parece alejar aún más.
Por lo anterior, cabe preguntarse si, más allá de los eslóganes, una nueva política es posible.
Si se observa la historia de los partidos políticos, todos justifican su creación por la necesidad de proponer una oferta distinta a lo existente. A poco andar, terminan por reproducir aquello que, en teoría, venían a corregir. La competencia electoral los expone a la derrota, siendo clásica la reacción posterior: el partido habría perdido “la batalla de las ideas”, por lo que se apela a congresos ideológicos como si ello bastase para recuperar la confianza perdida.
Cambios más sustantivos en el quehacer de los partidos van asociados a modificaciones de los incentivos institucionales recogidos en reformas que, por lo general, se derivan de situaciones de crisis. La literatura sobre los escándalos de financiamiento de la política, por ejemplo, provee información acerca de cómo los partidos se ven obligados a aceptar mayores exigencias y controles al ver en juego, tanto su propia legitimidad como la del sistema.
Cualquier novedad en democracias representativas que, en buena parte, se sostienen en la actividad de los partidos, depende más de lo que suceda fuera que dentro de los contornos partidarios. Es por ello que la actitud vigilante de los medios y el escrutinio de la ciudadanía, también en soportes digitales, resultan cruciales. Por contraste, llama la atención el escaso debate que, en las tertulias políticas, existe acerca de su vida interna, llegando incluso a naturalizar los hiperliderazgos que hoy se observan, traducidos en control férreo acompañado de purgas de la disidencia. Ello lleva a preguntarse por si es admisible aceptar fenómenos de este tipo al interior de organizaciones que, además, reciben subvenciones estatales mientras se les reclama diversidad e inclusión a otras cuyo sentido de fin público es, inclusive, menor.
Una aproximación escéptica a la nueva política y, por tanto, alejada de cualquier sensación de estafa, pasa por esperar menos de los partidos y más de lo que los ciudadanos pueden exigir. Mientras tanto, la posibilidad de una revolución copernicana en ese ámbito vendría dada por la conformación de una gran coalición PSOE-PP. Supone un cambio en la cultura política que, junto con acercarnos más a Europa, podría servir para superar la actual sensación de esterilidad política.
Fuente: elcorreogallego.es 07/11/2019