Galicia como modelo
COINCIDIÓ la segunda y fallida sesión de investidura con la celebración del Día de Galicia. El carácter esperpéntico de la primera, de un nivel tal que elevó a Gabriel Rufián a la altura de un estadista, no podría ser más contrastante con las palabras de nuestras autoridades con motivo del Día del Apóstol. Sus planteamientos sintonizan, en general, con la línea argumental que viene desplegando el presidente de la Xunta acerca de una Galicia “cordial”, erigida a la categoría de modelo de convivencia alternativo frente a la España aún más inestable que surgió de la moción de censura. Ya pudimos escucharlo durante el debate del Estado de la Autonomía, situándonos como una región que difiere abiertamente de la parálisis e incertezas que se observan allí afuera, léase por tal, el ámbito estatal.
Forma parte también de ese relato la disposición a trabajar más allá de ideologías, dejándolo patente en su coordinación con otros dos ex presidentes autonómicos que, por estos días, recibieron la Medalla de Galicia. Con Asturias y Castilla y León buscó formar un “frente del Noroeste” para acometer desafíos comunes, actitud encomiable y que bien haría inyectándola también a nivel del Parlamento, donde el PP parece inclinarse más por la lógica del “rodillo”. Por otro lado, se ha apresurado con su equipo a diseñar una ruta que trascendería su actual mandato. Buscando entregar horizonte, presentó un plan estratégico hacia el 2030, año en que debiéramos llegar a ser una comunidad autónoma “familiar, innovadora, joven y ecológica”. Por si fuera poco, su preocupación por la gobernabilidad trasciende a Galicia, sugiriendo que su partido debiera ofrecer la posibilidad de que el PSOE no gobierne con independentistas.
Cualquier observador diría que Núñez Feijóo concita lo mejor del liderazgo político, alejado del frentismo y del cortoplacismo dominantes. Pero mantiene una asignatura pendiente: no ha logrado generar liderazgos de relevo y eso que de tiempo ha dispuesto. Tres legislaturas consecutivas. El resultado de las elecciones municipales, con disminución de concejales a nivel provincial y sin conseguir hacerse con el mando en las grandes ciudades, se neutraliza frente a los entretelones de una abortada coalición entre PSOE y Unidas Podemos que ha servido para recordar el mal trago que supuso el bipartito. Además, contribuye a su valoración un centrismo que hasta Ciudadanos en Galicia alabó como propio sin sospechar el giro posterior que hacia la derecha haría. Por tanto, resulta prematuro anticipar una era post-Feijóo.
Con todo, una prevención. El ejercicio de alabanza de la autonomía que se dirige está más extendido de lo que se piensa. Es cosa de escuchar a presidentes como los de Cantabria o de Castilla y León. Su insistencia, no ya en señalarlas como modelo sino como “un seguro al frente de una nave que tiene proyecto” como plantea Feijóo sobre la propia Xunta, resulta un tanto ambivalente. Aunque entrega refugio frente a la crispación, puede favorecer la erosión de la idea de interés general. En la coyuntura actual, no sobran los esfuerzos por poner por delante más lo que nos une como españoles que aquello que nos separa.
Fuente: elcorreogallego.es 31/07/2019