Las elecciones del buen vecino
NO debiera sorprender que algunos partidos no presenten candidaturas en todo el territorio. De hecho, con cada cita electoral, irrumpen formaciones políticas nuevas con carácter local o centradas en situaciones específicas como las de los jubilados que, tal como aparecen, también desaparecen. Lo que sí es raro, sin embargo, es que formaciones políticas con vocación nacional se abstengan del intento de marcar presencia en las urnas en algunos lugares de España.
En 43 % de los municipios catalanes solo hay candidatos soberanistas. Lo más sorprendente es que Ciudadanos, nacido en Cataluña y que batió récords al ganar las últimas elecciones autonómicas en votos y escaños, se pueda presentar solo en el 22 % de ellos. Se interpreta como indicador de la extensión del independentismo pero hay otra manera de nombrarlo: la existencia de barreras para el pluralismo político, no importando el tamaño del lugar donde acontezca. En este caso, pequeñas localidades donde reside el 5,3% de sus habitantes.
La inexistencia de obstáculos formales para presentar candidaturas alternativas a las separatistas no impide la constatación de otros, informales, traducidos en acoso, persecución y hostigamiento más o menos intensos. Más que estrategias de optimización del voto o de falta de elencos en los partidos, se trata de autoexclusión por temor. Su correlato es la ausencia de igualdad de condiciones y de falta de competencia. Todo ello sucede mientras The Economist nos sitúa entre el 10 % de países más democráticos del mundo. ¿Quién lo entiende?
Lo anterior contrastaría, en principio, con el carácter que encerrarían las elecciones del #26M según Alberto Núñez Feijóo y donde estaríamos convocados a “elegir a un vecino que mire por nosotros”. La frase nos remite a ideas amables como confianza, proximidad y autoayuda, disimulando la existencia de dificultades, ambiguas pero consistentes, que encuentran en Galicia candidaturas distintas al bipartidismo hegemónico.
Tras compromisos que se escuchan por estos días tales como mejoras del transporte público y de la limpieza, o sacar del abandono cascos urbanos antiguos, se esconde la Galicia que muestran mediciones rigurosas. Una que está estancada en su aproximación al nivel medio de riqueza de la UE: a 18 puntos porcentuales del promedio, y donde la percepción de sus habitantes sobre el “grado de imparcialidad” de sus instituciones, nivel de corrupción y calidad de los servicios públicos nos coloca como la séptima región de la UE que más empeoró sus indicadores en el tiempo.
Votar por un vecino que mire por nosotros, como dice el presidente de la Xunta, queda bien para un acto de campaña pero es poco ambicioso. Se requiere, además, que sea bueno. Ello supone visión para enfrentar retos (Galicia tiene ya 2.000 aldeas abandonadas), eficiencia en la gestión, no cargar con mochilas del pasado y conocer las vicisitudes del ciudadano de a pie. Esto último, casi una rareza si de la política profesional se procede. Un plus lo supone la capacidad de actuar como bisagra y de llegar a acuerdos. Urge superar la parálisis y la obstrucción que han caracterizado las dinámicas municipales en el último tiempo.
Fuente: elcorreogallego.es 24/05/2019