Todos feministas
Luego de la ola feminista que recorrió Chile en 2018, con masivas tomas universitarias en contra del acoso sexual y con un gobierno respondiendo con una agenda de género ad hoc, resultaba iluso esperar un 8 de marzo tranquilo. En esta oportunidad, el anuncio de una nueva huelga feminista asiste a un debate que ya se está dando en otros lugares, acerca de si se puede ser feminista y de derecha.
En España, que enfrenta una seguidilla de elecciones a partir del próximo 28 de abril, desde diversos sectores se acusa al feminismo de estar capturado por la izquierda, lo que encierra-de paso- otro fenómeno: su tránsito desde una mala prensa y una capacidad contenida de influencia (de ahí su impacto por olas) a llegar a constituir eje de polarización y bandera de disputa ideológica (incluso para ser rechazado, como es el caso de la extrema derecha de Vox).
El feminismo ha devenido en un nuevo clivaje o línea de fractura, tal como pensaron el término en su momento Lipset y Rokkan.
Que sea reclamado por todos como propio, no deja de ser un indicador de éxito. Postulados acerca de las causas de la subordinación de las mujeres, y propuestas de actuación política para superarla, se han convertido en sentido común de la época.
Es cierto que son los partidos de izquierda, más originalmente asociados con los problemas de justicia social y de redistribución, los que han interesado a los movimientos de mujeres, aunque ello ha sucedido, en muchos casos, en forma reactiva a las movilizaciones de las propias mujeres. Los partidos de derecha han experimentado un efecto de contagio movidos, inicialmente, por la búsqueda del rendimiento electoral. Todo ello ha ido de la mano de la pérdida de centralidad de las distinciones entre “izquierda y derecha” como producto, entre otros factores, de la politización de las identidades culturales y étnicas.
No debiera, por tanto, resultar extraño que la derecha haya llegado a empatizar con el feminismo, asunto que debate la politóloga Edurne Uriarte en su nuevo libro “Feminista y de derechas”. En él, postula que “ni el sexismo es propio de la derecha o de la izquierda, ni el feminismo pertenece a un lado del arco ideológico. Al contrario, precisamente por su objetivo, la igualdad de las mujeres debe aspirar a estar presente e influir en todas las ideologías y partidos políticos”.
La aspiración, sin embargo, encuentra límites. En la derecha, cuando de derechos sexuales y reproductivos se trata, mientras que la autonomía femenina que promueve la izquierda se contradice con ese sexismo benevolente, que considera que las mujeres son incapaces de valerse por sí mismas al momento de abordar, por ejemplo, temas como la prostitución o la gestación subrogada.
Fuente: La Tercera 07/03/2019