Antídotos
Si hay una tendencia que concita acuerdo es en la ola conservadora que recorre el mundo. De ella, América Latina no ha podido sustraerse, no solo por los resultados que la maratón electoral de 2018 arrojó -con excepción del caso mexicano-, sino por lo que representa el triunfo de la derecha en un país como Brasil.
Ante la posibilidad de réplicas en Chile, se vienen activando alarmas de distinto tipo. Hay un terreno abonado. Las pasadas elecciones presidenciales asistieron a la participación, en su primera vuelta, de José Antonio Kast, que obtuvo casi 8% de votos. A partir de allí, su protagonismo ha sido creciente. Indicadores de ello serían las fotos de políticos chilenos con Bolsonaro, la reivindicación del pinochetismo por parte de algunos diputados y la decisión del gobierno de no adherir al Pacto Migratorio de la ONU, entre otros.
Hasta el momento, la izquierda ha sido eficaz en colocar el peso de la prueba en la derecha, a la que acusa de “derechización”. Ha llevado, incluso, a que el Presidente Piñera descarte a Kast como alternativa. Al mismo tiempo, busca liderar un compromiso democrático, a través de un manifiesto con carácter transversal. El mecanismo, con cierto aire noventero, le sirve a la izquierda para seguir evadiendo la autocrítica. Los Kast de este mundo se explican mucho por ella.
Para el historiador de la UC Alfredo Riquelme, Chile contaría con recursos para evitar la emergencia de un Bolsonaro. Coloca, sin embargo, una condición para servir como antídotos: su articulación de manera inteligente.
Una cosa parece evidente: hay que cuidarse de las pretensiones de inmunización. España las exhibía, dado su carácter de excepción frente a una Europa que asiste al avance del populismo de derecha. Ello terminó en las pasadas elecciones andaluzas, en las que Vox, expresión de la derecha más conservadora, recibió 400.000 votos, lo que representa 12 diputados en su parlamento autonómico.
A las explicaciones de corto plazo, como la intensificación del separatismo catalán por la vía del “procés” o el fenómeno migratorio, se podrían sumar otras, de más largo plazo. Francisco Igea, diputado por Ciudadanos, explora en ellas apuntando a la desconfianza. El porcentaje de españoles que no confía en su gobierno no llega al 25%, mientras la media de la OCDE supera el 40%. Por otro lado, la confianza interpersonal no llega al 20%, mientras en los países nórdicos asciende al 70%.
Si bien la desconfianza podría neutralizar los posibles “cantos de sirena” en política, también podría -bajo ciertas condiciones- actuar en sentido contrario. Dado que los porcentajes de desconfianza que exhibe Chile nada tienen que envidiar, no hay que bajar la guardia.
Fuente: La Tercera 10/01/2019