Suicidio colectivo
LAS cosas van demasiado rápidas cuando aún debiéramos estar procesando el discurso de Alberto Núñez Feijóo con motivo del debate del estado de la autonomía. El momento parecía lo suficientemente solemne como para darle espacio a temas que merecen reflexión. Un ejemplo es la ley de impulso demográfico anunciada nuevamente, ahora para 2019. Se recordó la semana pasada en un acto donde se anticiparon otras ayudas que, como el bono cuidado, aspiran a contribuir al crecimiento de la población.
El asunto no va de falta de medidas. De un observatorio inicial se pasó a trasladar el tema, tanto al Comité de Regiones de la UE como al nivel central. Claro que pasear nuestro declive demográfico por tanto foro encierra un riesgo: generar la impresión de que se quiere “echar balones fuera”. Lo último fue ufanarnos de ser la primera comunidad en contar con un plan de conciliación.
En este escenario, supimos hace poco que no hay ningún territorio de España donde la diferencia entre nacimientos y defunciones sea tan negativa como en Galicia y, para más remate, los llamados a la conciliación entre la familia y el trabajo no terminan por cuajar. Esta se habría frenado, alcanzando solo al 21% los trabajadores que flexibilizan el horario laboral. Hace cinco años, alcanzaba al 30 %.
Los incentivos puntuales para solventar parte de los costos de la reproducción y la crianza se estrellan, al parecer, con otro nivel de expectativas a los que el Ejecutivo gallego no logra dar respuestas. Trabajo estable y mejores salarios, por ejemplo, quisieran las gallegas para poder tener más hijos. Menos reconocidos y tangibles, sobre la decisión de procrear planean también las ideas que nos hacemos sobre la trascendencia, y donde la religión ha perdido peso. Por otro lado, logran coexistir un cierto estigma contra las mujeres solteras -como lo refleja el documental Single [Out])– con la pérdida de centralidad de la maternidad en la construcción de la identidad femenina. Añadamos que el recorrido de la apuesta por el retorno de los descendientes de nuestros emigrantes, encomiable en lo emocional, puede ser muy corto. Estudios de la ONU advierten que el ritmo de la inmigración no compensaría las estimaciones de disminución de la población.
Ante este escenario, resultan sorprendentes las críticas gratuitas del presidente Feijóo a otros partidos. A Ciudadanos lo acusa de carecer de proyecto para Galicia mientras que su propia formación, que nos gobierna sin mayor contrapeso por décadas, se estrella contra una fecundidad obstinada que contiene una llave, la de la sustentabilidad de la vida.
El despoblamiento ha pasado a ser, después del paro, la segunda preocupación de los gallegos. Y es que no podemos asistir, sin inmutarnos, a lo que sería una modalidad de suicidio en toda regla. Indoloro, al tiempo que colectivo, la extinción vendría precedida de una reducción de recursos a cámara lenta. El propio Feijóo lo ha señalado como “el principal problema para mantener los fondos que nos asigna el Gobierno central”.
El tiempo dirá si esa preocupación, recogida en las encuestas, activa el instinto de sobrevivencia, traduciéndose en votos.
Fuente: elcorreogallego.es 21/11/2018