Coaliciones precarias
A ninguna fuerza política le está resultando fácil el nuevo escenario. A la centroizquierda, porque el presidencialismo no prevé precisamente espacios de confort para la oposición pero también porque no hizo los deberes cuando correspondía. Abrazó el atajo que la expresidenta Bachelet le ofrecía para volver al poder sin explorar a fondo las causas de su derrota en 2010. Al Frente Amplio, porque su éxito electoral de veinte diputados y un senador lució como prematuro a la luz de la fallida acusación constitucional contra el ministro de Salud. Con catorce partidos y movimientos declarados, cruzados a su vez por una lógica de lotes, se necesita como mínimo un GPS para gestionar tanta heterogeneidad. Y a la derecha en el gobierno, a la que se le suponía cierta veteranía, pero que se ha visto sorprendida por problemas de instalación así como por el fuego amigo procedente del partido del propio Presidente. Motivos distintos para un mismo resultado: la dificultad para actuar como coalición.
Frente a esta situación, resulta inevitable no recordar a la Concertación, tan denostada por algunos de los que no logran ponerse de acuerdo. La disposición de sus actores para la cooperación, contribuyendo a ser percibida como algo más que la suma de sus partes como reconocía el senador Allamand en “El desalojo”, se explica por factores difícilmente replicables: el contexto (el Chile de los 90, plagado de enclaves autoritarios), liderazgos como el de Patricio Aylwin y el funcionamiento de instituciones informales como el “partido transversal”, entre otros.
Las dificultades de las fuerzas políticas para articularse no son exclusivas de Chile. Pareciera más bien un asunto de época. Basta ver lo que pasa en Europa donde los regímenes parlamentarios favorecen, en principio, la formación de coaliciones. Sin embargo, la dispersión de votos y el surgimiento de partidos antisistema dificultan la tarea de combatir un nacionalismo y un populismo que amenazan el corazón del proyecto europeo.
Para algunos, el dilema se resuelve con la creación de procedimientos para dirimir las diferencias pero incluso referentes como el Frente Amplio uruguayo, que dura ya más de cuarenta años, debe enfrentar sus propias tormentas.
La carencia de cohesión, disciplina y compromiso programático convierten en un batiburrillo el trabajo político cotidiano. Con ello, resulta imposible que no se incremente aquello que se aspira a cerrar con las reformas políticas: la brecha de confianza entre partidos y ciudadanía. Quizás, como señaló en su momento Ortega y Gasset con relación al asunto catalán, el problema no se pueda resolver y queda tan solo conllevarlo.
Fuente: La Tercera 28/06/2018