La moción, el cascabel y el gato
NO entiendo por qué el Gobierno de Pedro Sánchez ha dejado a todo el mundo boquiabierto. La verdad es que, astronauta incluido, es lo menos que se merecía España. El país está entre las quince mayores economías, nuestra lengua es la segunda en expansión en el mundo y segundos somos también como destino turístico más visitado del planeta.
Los impactos que puede generar la era sanchista a nivel de las autonomías puede ser paradójico: menos en Cataluña, foco desde donde se amenaza nuestra convivencia y más en la sosegada Galicia. Las distintas formaciones políticas comienzan a mover ficha y, entre ellas, es el hegemónico PP quien enfrenta más disyuntivas. No será fácil encontrar un sustituto para Alberto Núñez Feijóo, que aparece en todas las quinielas como relevo de Rajoy, como tampoco será fácil para él decidir teniendo por delante un campo minado. Digno de estudio será el intento de regeneración de un partido al tiempo que enfrentará una seguidilla de sentencias por casos de corrupción.
Por otro lado, desde esta verde esquina se le recuerda al Gobierno un listado de demandas que, de ser satisfechas, desatarán todas nuestras energías: la llegada del AVE, el traspaso de la AP-9 y el impulso del Corredor Atlántico de mercancías, entre otras. Se olvida rápidamente que disponemos de tres aeropuertos y dos puertos exteriores con funcionamiento muy mejorable. Concedamos que puede haber falta de infraestructuras pero el problema es otro: una gobernanza disfuncional. La actual, construida por un bipartidismo que supo hacerle buen espacio a las oligarquías separatistas, aunque formalmente abierta funciona, en la práctica, con acceso restringido. La multiplicación de estructuras administrativas no logran encajar bien con la especialización y la complementariedad, sustentada en el equilibrio de poderes entre alcaldes, diputaciones, gobierno autonómico y administración central.
Cuando se intenta ver más allá de lo aparente, cobran sentido análisis de algunos reputados analistas acerca de lo que subyace a la moción de censura. El objetivo no era despachar a Rajoy sino frenar a Ciudadanos, el partido que amenaza con poner el cascabel al gato.