El sándwich Bachelet
Como para Drácula la luz del sol resultaron las declaraciones del nuevo ministro de Educación, Gerardo Varela. Junto con recordar que, para él, la educación sería un “bien económico”, hizo ver una postura anti marchas donde anticipaba poco menos que su fin. Debutar incendiando la pradera era innecesario. Las movilizaciones estudiantiles en nuestro país llegaron para quedarse, debiendo ser anticipadas como elemento indispensable de cualquier mapa de conflictos. Lo anterior no obedece solamente a la insatisfacción que dejó, en algunos sectores, el carácter de una reforma centrada en la gratuidad en la educación superior y que un diario extranjero denominó sutilmente como “extraña”, sino de lo que viene por delante y que es bastante más difuso. Se trata, tal como lo anticipó Francisca Flores, vocera de la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (Cones), de lo que podría ser la nueva batalla: la de la excelencia.
En una reciente entrevista la expresidenta Bachelet, dejó ver algunas ideas acerca de lo que entiende por calidad educativa. Lo hizo mientras preparaba en cámara un sándwich que lleva su nombre para no ser menos que los Barros Luco y Jarpa de este mundo. Se trata de una tradición en Chile si de legados presidenciales de tipo culinario se trata. Afirmó que, aunque imperceptibles todavía, muchas de las cosas que se están haciendo permitirán lograrla, tales como el mejor salario para los profesores junto con más capacitación, exigencia y horas no lectivas, al tiempo que resaltó el apoyo a los directivos de los colegios. Si de la apuesta por unas condiciones materiales distintas para el trabajo docente se puede desprender una orientación también distinta, en la que se encarnen los atributos de la educación del siglo XXI, está por verse.
En un artículo para el World Economic Forum (WEF), Guy Gaxton postula la necesidad de cultivar ciertas disposiciones que tienen que ser amplias y genéricas, “especialmente cuando no podemos saber cómo decenas de millones de niños se ganarán la vida”. Se trata del amor por la lectura, la capacidad para pensar por sí mismo y diseñar el propio aprendizaje, la fuerza para controlar la atención así como el desarrollo del juicio propio y del escepticismo. Dicho autor afirma, taxativamente, que “cualquier sistema de educación, sin importar lo bien que se desempeñe en las comparaciones internacionales, es malo si ahoga más que se nutre de estas tendencias”.
Si a ello se añade que asistimos al fenómeno de niños que aprenden a pilotar drones por medio de tutoriales en You Tube, podemos anticipar los contornos de un debate que sería tramposo si soslayamos algunos mensajes ingratos de los que es portadora la OCDE. En 2016, la Evaluación Internacional de las Competencias de Adultos (PIACC) arrojó que solo el 2% de los chilenos entiende bien lo que lee.
Fuente: La Tercera 22/03/2018