Identidades y ensambles
Cuando creía que los hallazgos sobre la situación de nuestro sistema político difícilmente podrían sorprendernos, llega la IV Auditoría de la Democracia del PNUD. La información, que profundiza la tendencia al deterioro en distintos ámbitos ha generado un debate que, debido al ciclo electoral que durará hasta fines del 2017, corre el riesgo de clausurarse. Uno de los aspectos más resaltados, acerca del cual la creciente abstención electoral resulta un síntoma, es el desmoronamiento de la capacidad de identificación de los partidos, pero también de las posiciones políticas en clave ideológica en 83% y 68%, respectivamente. Lo curioso es que de ello no se salvan ni los movimientos emergentes, con 88%. Aunque recién debutan, pareciera que ya se les atribuyen los mismos males de los que llevan años. Explicaciones, más allá del cleavage de moda “ciudadanía versus elite”, debieran buscarse en los procesos de socialización y, especialmente, en las formas de aprendizaje político. Si le concedemos a los partidos el rol protagónico que tienen en la democracia representativa, urge indagar mejor acerca de la identificación partidaria o formación de las preferencias político-ideológicas que se traducen en vinculaciones afectivas. Librada a variados agentes en distintos momentos de la vida, una respuesta simplificadora es colocar toda fuente de esperanza en una educación cívica pensada para el ámbito de la educación formal, consagrada ya por ley en la reforma. Que dicha apuesta logre conectar con la subjetividad juvenil, está por verse.
En lo inmediato, una pista la entrega el hecho de que 58% de los consultados señale que los partidos sólo sirven para dividir a la gente. Se podría suponer que ello contiene una demanda por cooperación. Pero¿cómo hacer cuando la política, en su dimensión expresiva, se configura estructuralmente en órdenes identitarios que remiten a un adversario a confrontar en base a líneas divisorias tales como la clase, el sexo, la religión, la lengua o la etnia? Sin embargo, resulta interesante observar la forma en que algunas de esas dimensiones, antaño también atrapadas en lógicas binarias, monolíticas y excluyentes, se abren hoy a nuevas configuraciones, movidas por los procesos de individuación. En el caso del sexo, las posibilidades de una diversidad creciente han llevado a que el mismísimo diccionario inglés Oxford haya incluido la denominación gender fluid para denotar a quienes que no se identifican con un género único y fijo. En días recientes, el suplemento Tendencias de este diario publicó un reportaje titulado “Religión a la carta”. En él, se recoge la búsqueda creciente de quienes ya no adhieren de manera estricta a un credo sino que elaboran, un poco a la carta, sus propios ensamblajes, combinando distintas prácticas y símbolos. ¿El objetivo? Darle sentido a sus vidas.
La política, a su modo, intenta reflejar mayor diversidad pero lo hace incrementando opciones en competencia que, a su vez, terminan recreando fracciones o constelaciones de grupos rivales. ¿Será ese uno de los motivos por los cuales toda política que parte reclamándose como renovada termina siendo variación de un mismo tema?
Fuente: Blog Voces de La Tercera 22/09/2016