Sacristanes
EL IMPACTO generado por la declaración de disponibilidad de Ricardo Lagos para competir en la próxima contienda presidencial desactivó la presión por un cambio de gabinete, iniciativa que podría revertir los pésimos resultados de la encuesta CEP. Sin embargo, deberá tener lugar más temprano que tarde dado que más de algún ministro sincerará sus aspiraciones parlamentarias reponiendo, con ello, el debate acerca de la conformación del equipo que acompañará la recta final del gobierno. En ese marco, resultan algo más que una anécdota las recomendaciones de Rafael Cumsille, acerca de la necesidad de que la Presidenta cambie a sus “sacristanes”, responsabilizándolos por su baja en las encuestas. Amparado en las mejores intenciones, éstas no logran esconder un tufillo a sexismo benevolente, casi en sintonía con la alusión a “ceguera situacional” de la que se la acusa. De ser hombre, ¿cabe alguna duda de que la determinación de Bachelet por llevar adelante su programa sería leída como el verdadero liderazgo, aquel no permeable a las presiones vengan de donde vengan?
Si bien todos los gobiernos han debido asistir a polémicas por la conformación de sus equipos, éstas han venido acentuándose, con particular énfasis en la asesoría presidencial. Se señala que en ella primarían más unos componentes emocionales que encontraron un cauce a partir del estrés generado por el caso Caval. Una académica extranjera me señalaba lo extraño que le resultaba que quien dirige el país pudiera privilegiar la confianza que deriva de la amistad por sobre la competencia y la idoneidad. Le aclaré que, si bien ambas no son excluyentes, lo que La Moneda proyecta no es más que el reflejo de una sociedad donde las redes de contacto y la pertenencia a tribus juegan un rol superlativo, amplificadas en este caso por las particularidades de la personalidad presidencial. A lo anterior contribuye el hecho de que, durante el actual mandato, se han expresado algunos de los temores que Genaro Arriagada anticipara en el libro que coeditamos con Eugenio Rivera, titulado “La trastienda del gobierno. El eslabón perdido en la modernización del Estado chileno”. En él, advertía de la necesidad de “prevenir la tentación frecuente en asesores comunicacionales, secretarios y speechwriters de los presidentes, de intentar asumir acciones de conducción política o hacer “operaciones comando” en campos que son privativos de otros grupos de tarea o ministros”.
En tiempos que desafían la capacidad de coordinación y de pensamiento estratégico y con los avances de la transparencia, ¿podrá mantenerse intocada la idea de que los equipos tienen que ajustarse a lo que los presidentes son y no al revés? Aunque parece obvio que nadie puede imponérselos a quien dirige un país, sobre todo si de círculos íntimos se trata, existe una tensión con la necesidad de dotar de profesionalismo la gestión y conducción global del Estado. El creciente interés acerca de la necesidad de un cambio de régimen político podría ser la oportunidad para comenzar, al menos, a insinuarlo.
Publicado en La Tercera el 08/09/2016