Productividad y el punto ciego
El gobierno ha declarado su intención de reimpulsar la productividad varias veces, y los gremios han planteado sus planes. Pero, dada la enorme evidencia sobre el gran impacto que tendría la incorporación de una mayor fuerza femenina al trabajo, se echan de menos políticas específicas para fomentarla.
Junto con el término confianza, productividad está cerca de ser la palabra más recurrente en el debate público de un tiempo a esta parte. A ello colabora el hecho de las menores expectativas de crecimiento para Chile, en un contexto mundial que anticipa un “estancamiento secular”. Ello viene a coincidir, además, con el fin del superciclo del cobre, aunque hace años se viene alertando acerca de la necesidad de poner atención al capital humano, la matriz energética y la innovación tecnológica para dar un vuelco en una magra productividad que, en 2014, completó 25 años con un alza inferior al 1%.
El gobierno ha intentado reimpulsarla varias veces, al punto de declarar 2016 como su año. A su propia agenda se suman las elaboradas por la Comisión Nacional de Productividad (CNP) y la de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), logrando acumular más de ciento cincuenta medidas. Lo anterior coincide con una avalancha de datos que revelan el aporte a la economía que supondría una mayor participación femenina en sus distintos niveles, acompañada de una retórica acerca de la necesidad de aprovechar todos los talentos. De esta forma, un estudio de Mackinsey señala que el avance de las mujeres podría suponer US$ 12 billones de dólares para el crecimiento global. Para el caso de Chile, Sebastián Edwards postula que ello supondría un aumento del 15 al 20% del ingreso. Un reciente estudio de la Subsecretaría de Economía concluye que, por cada 100.000 mujeres adicionales que se integren al mercado de trabajo, el PIB se incrementa en promedio 0,65 puntos porcentuales. El indicador puede ser engañoso ya que un alto PIB puede esconder desigualdad de género. Por otro, porque no incorpora el valor de la llamada “economía del cuidado” y sin la cual no se sostendría todo aquello que el PIB mide. Países como Colombia, por ejemplo, la estiman equivalente al monto de sus exportaciones.
Las medidas que hemos conocido consideran a las mujeres, sí, pero como un sector más de la población cuya situación mejorará con una que otra política específica. Un enfoque alternativo, sin sesgo androcéntrico, supone aproximarse a la productividad como un fenómeno determinado por diversos factores entre los cuales la desigualdad de género ocupa un lugar relevante. Para que el aporte de las mujeres a la economía pueda expresarse en todo su potencial se requiere tomar en serio nuestro lugar 123 (entre 145 países) en participación económica en el ranking de igualdad de género del Foro Económico Mundial. A nuestro juicio, ello parte por realizar una encuesta de uso del tiempo como Dios manda, nada de iniciativas piloto. ¿Cómo no van a ser productivos los hombres si las mujeres son las que solucionan los mal llamados problemas llamados “privados”? Enseguida, un plan de revisión y corrección de una legislación todavía atada al modelo “hombre proveedor, mujer cuidadora”. En tercer lugar, atender la necesidad de impulsar políticas articuladas de permisos parentales, cuidado infantil y jornadas laborales y, last but not least, así como la Comisión Ramos recomienda que cada ley contemple su impacto en la productividad, todas las medidas propuestas para impulsarla debieran ser sometidas a un análisis de género en perspectiva transversal. Chile enfrenta el desafío de aumentar su productividad. Difícilmente lo logrará si se sigue subestimando el rol y el aporte que el trabajo del cuidado significa para el sistema económico en su conjunto.
Fuente: Revista Qué Pasa el 24/06/2016