Igualdad de género post cuotas
En Chile, la lucha por la paridad política ha sido con fórceps, un camino desacoplado del resto de América Latina
Al cumplirse un año de la reforma del sistema electoral binominal en Chile, la cual incluyó el mecanismo de equilibrio por el cual ningún sexo podrá superar el 60% de las candidaturas al Congreso, reflota nuevamente la resistencia a este tipo de medidas. Ya en su momento, su tramitación no resultó fluida a pesar de que, en su segundo mandato, Michelle Bachelet contaba con la mayoría legislativa para concretarla. Su coalición, que incluye desde la DC hasta el PC, la acompaña a regañadientes en estos asuntos.
La izquierda chilena muestra un comportamiento ambiguo, por contraste con sus pares de otras latitudes donde dicha ideología ha sido más confortable para la causa de la igualdad política de las mujeres. Aunque constituyen el 51% de la militancia, se señaló en su momento que no habría mujeres en cantidad suficiente para llenar el 40% en la lista nacional de cada partido. El argumento recrudecía cuando se planteaba la necesidad de redireccionar dicho porcentaje obligatorio al distrito o circunscripción.
Ahora, la ocasión ha venido dada por la discusión de una ley que aspira a modernizar los partidos políticos, sobre todo porque van a recibir financiamiento público, en el marco de un ambicioso programa de reformas políticas, con acento en la probidad y la transparencia. Con ellas, la mandataria chilena aspira a enfrentar la creciente desafección política, acentuada por los casos de financiamiento electoral ilegal.
De esta forma, aunque en la Cámara de Diputados se había debatido y aprobado la propuesta según la cual, en la integración de los órganos de dirección partidaria, ninguno de los sexos superase el 60% de sus miembros, la misma fue desconocida en el Senado. Con sutiles, pero definitorios cambios, se buscó que el porcentaje fuera para candidaturas y elecciones y no para la conformación final de los órganos internos. Por suerte, el movimiento de mujeres, en alianza con parlamentarios convencidos de la importancia de la medida, logró revertir la situación.
Del suceso queda como lección que no hay que dormirse en los laureles. En Chile, la lucha por las cuotas ha sido con fórceps, en un camino pedregoso pero también desacoplado de una América Latina que ostenta el segundo lugar en participación política femenina, por debajo de los países nórdicos. Chile tiene 15,8% de legisladoras mientras, en el continente, los países que disponen de cuotas exhiben un 27,9% frente a los que carecen de ella, con 18,2%. La región avanza ahora hacia la paridad política como principio de igualdad en la participación. Cinco países la adoptaron para cargos públicos representativos nacionales como Ecuador, Bolivia, Costa Rica, Honduras y México. Además, otros tres países la han integrado a nivel subnacional: Argentina, Nicaragua y Venezuela.
Aunque aumentar la participación política femenina ha sido una promesa que Bachelet arrastra desde su anterior gobierno, le ha faltado garra para sostenerla. Su gabinete actual lo conforma 30% de ministras y el Consejo de Observadores Ciudadanos, instancia que acompañará el proceso constituyente, cuenta con sólo un 17, 6% de presencia femenina. Si bien las mujeres son mayoría en el gobierno, ocupan cargos de menor rango.
Es por ello que las cuotas, luego de abundante trabajo académico para detectar las variables que afectan su eficacia así como de cabildeo legislativo para aprobarlas, son más un punto de partida en una carrera en la que siguen emergiendo obstáculos.
El libro La representación imperfecta: logros y desafíos de las mujeres políticas, de Nélida Archenti y María Inés Tula, realiza un balance de los efectos directos e indirectos de las cuotas, luego de veinte años de aplicación en América Latina. Las autoras, junto con reconocer su efecto en la representación descriptiva y simbólica, indagan otros ámbitos tales como los procesos de selección de candidatos, las carreras políticas de las legisladoras y sus tasas comparativas de incumbencia, la actividad parlamentaria y la representación sustantiva a través de las “bancadas femeninas” así como consecuencias indeseadas como el acoso y la violencia política.
Ambas constatan que, a pesar del efecto “disparador” de la cuota, las bases generizadas de poder no se han alterado sustantivamente. Los partidos hacen un uso estratégico de la misma de forma que la mayor presencia femenina no logra alterar el control masculino. Si bien es cierto que las mujeres avanzan en posiciones de poder formal, simultáneamente el poder parece transitar hacia otros espacios. En el
pasado, la preocupación estaba centrada en que las mujeres llegasen en condiciones de igualdad a la toma de decisiones. Por ello, sigue siendo necesario realizar campañas para detectar candidatas y capacitarlas en habilidades políticas, pero también lograr que más hombres hagan suya la cruzada por la igualdad. Sin embargo, ello no será suficiente sin auscultar qué es lo que explica que los hombres sigan controlando, de forma persistente, los resortes del poder.