Civismo posdemocrático
El itinerario del proceso constituyente anunciado por la Presidenta Bachelet evoca la asociación que alguna vez alguien hiciera de la Constitución del 80 con el Laberinto de Creta. Los padres fundadores de la Concertación habían decidido entrar en ella, sin quizás aventurar que la salida sería tan procelosa e incierta.
Lo que constituirá su primera etapa, un proceso de educación cívica que entregará herramientas para involucrarse en los debates ciudadanos posteriores, ha concitado las primeras críticas. Se trata de una dimensión que viene rebotando como pelota durante toda la transición, señalada en clave de nostalgia por una política perdida y como una más de las responsabilidades que se le asignan a nuestros exigidos profesores. En este sentido, vale la pena observar la experiencia norteamericana donde la formación ciudadana forma parte de las preocupaciones extracientíficas de la Ciencia Política.
La primera se concentra en la repartición que podría estar a su cargo y que, a tal efecto, emergió súbitamente de las catacumbas. Nos referimos a la División de Organizaciones Sociales la que, la última vez que hizo noticia, fue cuando su jefatura fue asumida por una alcaldesa que renunció a su cargo para dejárselo a un concejal de su partido que había recibido tan sólo 774 votos. La militancia PC de su actual titular, refregada con especial fruición por algunos medios, exacerba unas sospechas un tanto exageradas. El mejor antídoto para los que temen adoctrinamiento es, y no por fortuna, la costra de desconfianza que hoy inunda todas las dimensiones de la vida social. Hay otros factores de preocupación como el hecho de que, si terminan siendo juntas vecinales y dirigentes comunales sus principales clientes, se ignorarán los claros patrones de género en la asociatividad.La Auditoría de la Democracia del PNUD mostró que no sólo las mujeres participan menos sino que tienen preferencias organizacionales diferenciadas.
Otra crítica es la ligereza con la que se asume el proceso. En ello, tiene razón el rector Peña, que algo sabe del tema. En la era Bitar del Mineduc, presidió la llamada Comisión de Formación Ciudadana. Pensarlo sólo para seis meses es un indicativo de lo lejos que se está de advertir la complejidad de los procesos a través de los cuales se configuran nuestros universos políticos. Si algo se sabe de ello es que la socialización política es dinámica, más bien informal y latente, que para ser efectiva no puede evitar la dimensión conflictual y que los componentes afectivos y evaluativos tienen más peso, si cabe, que los cognitivos.
El riesgo aumenta por el posible recurso al formalismo jurídico para enfrentarlo. El debate público constitucional aparece hegemonizado por abogados aunque, para ser justos, lo desborda. Se trata del mindset dominante para enfrentar los dilemas que vivimos, en una época cuya narrativa dominante califica de postdemocrática. Otros síntomas son el frenesí legislativo para avanzar en mayor probidad o pensar que los problemas de la modernización de una labor parlamentaria sometida hoy a un inclemente examen ciudadano se trata de un asunto esencialmente de juristas.
Publicada originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.