Reformas y acuerdos
Desde que se iniciara el segundo gobierno de Michelle Bachelet se ha desarrollado un debate acerca de la forma en que éste debiera conducirse. En el reciente cambio de gabinete, algunos han creído ver un giro. Recordemos que dirigentes de la Nueva Mayoría rayaron desde el primer día la cancha asegurando que se usarían las mayorías electorales para concretar las reformas prometidas. Ello era coherente con uno de los argumentos que utilizó la Concertación para explicar su derrota: sus anhelos de transformación se habrían estrellado contra la necesidad de transar con la Alianza.
A poco andar, se ha visto que se asienta en supuestos lejanos a aquello que llaman “modernidad líquida”. El primero es que, cuando se producen distancias entre promesas y cumplimiento, la confianza ciudadana hacia el gobierno se debilita. Pero ya estamos viendo que la confianza adopta configuraciones menos mecánicas. El segundo es ignorar el potencial para el disenso que encierran, tanto la abstención como electorados cambiantes. El tercero, entender la mayoría como un equipo de nado sincronizado cuando partidos y bancadas, no solamente no son algo monolítico sino que alguno de sus integrantes, como es el caso de la DC, hace de la contribución a la búsqueda de acuerdos parte de su identidad.
El dilema entre el uso de la mayoría versus acuerdos ha permitido que se instalen ideas sin mayor problematización. Unas, en plan de confusión semántica, meten en el mismo saco acuerdo, diálogo y consenso. Otras, en el orden de los juicios morales, los demonizan por asociarlos a ámbitos cerrados y opacos a los que recurren los que no quieren cambios. Contribuye a la idea el que la oposición se aferre a ellos como un náufrago, pero también un empresariado que no entiende que, para dialogar, se requiere generar un piso de simetrías de las que hoy los trabajadores carecen. Por último, remitir la actividad política a la relación entre gobierno y oposición, como si no hubiera más país allá afuera. El último año ha visto el descubrimiento del asociacionismo por parte de sectores como el emprendimiento y la innovación pero también de la educación técnico-profesional, los que constituyen fenómenos más complejos que su reducción a una mera “derecha social”.
Al trasfondo subyace la democracia y las ideas que los distintos actores tienen sobre ella, más asociada a reglas que a un modo de convivencia, para no hablar de sueños. A esto último debiera contribuir el proceso constituyente.
Por lo pronto la Mandataria, junto con solicitar la confianza que hasta hace poco inspiraba de manera espontánea, ha despejado un dilema en su reciente discurso del 21 de Mayo, haciendo uso del atributo que ostenta su mejor registro en ambos sexos según la última CEP: su disposición al diálogo y llegar a acuerdos. De un diálogo originalmente restrictivo, ya que condicionaba el respeto al corazón de las reformas como barrera inexpugnable, ha transitado a reconocer su necesidad para un avance más firme de unas reformas que, con ello, serán más sustentables. La inminente campaña municipal no pavimentará el mejor clima pero, por ahora, Bachelet ha salido a pedir tiempo.
Publicada originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.