La reinvención de los acuerdos
El tipo de política con que el gobierno de la Nueva Mayoría pretende cumplir su programa está resultando casi más interesante que el contenido de sus propias políticas. Desde el inicio, advirtió que se sustentaría en el uso de su mayoría electoral. Ello no es extraño. Buena parte de quienes integran la nueva coalición hicieron de su falta el argumento para justificar su derrota en 2010, pero, ¿se puede explicar este suceso de manera tan reduccionista? El llamado “segundo tiempo” asiste a un giro en dicha estrategia. Su primer indicador es el acuerdo tributario en el Senado. Los apresuramientos por celebrar el renacimiento de la política de los consensos olvidan que el dilema mayorías vs. acuerdos forma parte de una disputa hegemónica más amplia al interior del conglomerado. Algunos creen que se podrá solucionar a punta de cónclaves. Otros la minimizan, argumentando que se trata de un asunto meramente procedimental. Sin embargo, en democracia las formas importan tanto como las esencias. Quien resulta electo es representativo, no solamente en virtud de su elección, sino también de sus decisiones y de los procedimientos que implementa. Ello es importante, porque se olvida que las transformaciones en curso conviven con una abstención del 52%. Reducirla a un mero paréntesis entre elecciones, ya lo vimos, entraña sus riesgos.
La disyuntiva, además, se ha traducido en caricatura: por un lado, estaría la “vieja” Concertación, nostálgica de Boeninger y de los acuerdos, con pretensiones de veto; por otro, los refundacionales a cargo de una retroexcavadora. Aunque los primeros son acusados de conservadores, Daniel Innerarity señala que “los desacuerdos son más conservadores que los acuerdos: cuanto más polarizada está una sociedad, menos capaz es de transformarse”. Es por eso que, si pueden ser tachados de tales, no lo es tanto por su defensa, sino por su aferramiento a fórmulas únicas. No se le toma el peso a un clima de opinión pública crecientemente escrutador, que cobra víctimas todos los días. La cueca por la transparencia, avivada por algunos medios, pudiera encerrar más el rechazo a la forma de obtener los acuerdos, de corte cupular, que los acuerdos en sí mismos.
Aunque ser el país de la Ocde con la más baja confianza interpersonal no contribuye a ello, Chile necesita construir acuerdos. Por un lado, las necesidades del desarrollo obligan a reformas sostenibles en el tiempo. No se puede estar inventando el país cada cuatro años. Las sociedades que admiramos han logrado visiones compartidas y que trascienden los gobiernos. Por otro, si tanto nos cuesta llegar a acuerdos de nuevo tipo en torno a fines e instrumentos, cabe imaginarse lo que sucederá cuando toque debatir sobre las reglas que ordenan la nueva convivencia. Podría reeditarse esta película, de la que se anticipan señales. Para llegar a una nueva Constitución, algunos sectores se aferran -cual fetiche- a un mecanismo único erigiéndose, de paso, como los más progresistas. El desdén por las alternativas, también en este caso, ¿no es una forma de conservadurismo?
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.