El estado del Estado en los programas electorales
Columna escrita con Eugenio Rivera
Nunca como en esta elección se había escuchado con tanta fuerza la demanda por un rol más protagónico del Estado. Ello no es casual. De los nueve candidatos, seis tienen domicilio en la izquierda, siendo éste el sector político que le asigna una función gravitante en la corrección de las asimetrías que se derivan de nuestra vida en común. Sin embargo, no deja de resultar llamativo que, al revisar las propuestas programáticas, son las candidaturas que se observan a sí mismas con más posibilidades las que logran superar las vaguedades. De las dos que aparecen como más competitivas, es la de Michelle Bachelet la que se explaya con mayor detalle. No se podría esperar menos, dada su condición de ex mandataria a la que le tocó comandarlo.
El foco vuelve a colocarse en el mejoramiento de la gestión de los servicios públicos con sus toques “tech”, lo que no logra sacudirle el tufillo aburrido y administrativista que ha caracterizado este tipo de asuntos. Matthei contribuye a ello al apelar al lenguaje de la ventanilla y los convenios de desempeño.
En relación con su modernización, salta a la vista la falta de propuestas para darle al Estado un rol relevante en la determinación de la estrategia de desarrollo y la definición e implementación de proyectos de carácter estratégico que conformen, junto con las decisiones propias del sector privado, el camino al desarrollo sustentable al que la ciudadanía parece aspirar. Es cosa de ver los resultados de la reciente encuesta CEP, donde la priorización de la educación universitaria gratuita y la nacionalización del cobre reciben 74% y 83% de apoyo. También se notan en falta proposiciones para racionalizar la estructura ministerial.
Se tiende a seguir sumando nuevas entidades, sin una reflexión acerca de su adecuación a las exigencias de abarcabilidad, manejo de la contingencia y prospectiva que hoy se le exigen a la actividad política. Del mismo modo, hace falta analizar los inconvenientes que se derivan de la preeminencia del Ministerio de Hacienda dentro del gabinete, más allá de lo meramente presupuestario. Los entendidos en estos asuntos parecen ver el retorno a esta tendencia en las propuestas de la Nueva Mayoría.
El Estado, aunque no aparezca como un eje relevante en los programas, es crucial para la vida de las personas. Si no, que lo digan los miles de chilenos que sufren por estos días el paro de los funcionarios municipales. La evidencia acerca de su rol en el desarrollo demuestra los límites de la lógica instrumental aplicada a estos temas y de su reducción a un mero compensador, allá donde se resta la actividad privada. Se olvida o no se considera la alta correlación entre una participación alta en el PIB del presupuesto público y los niveles de bienestar y equidad social. Más allá de sus aspectos financieros, técnicos y procedimentales, debe ser pensado en sus aspectos institucionales y políticos. Ello exige repensar las exigencias de su modernización en lógica sistémica. ¿Demasiado revolucionario? No lo sabemos, pero también en este tipo de asuntos la teoría del salame, entendida como reformas graduales y desconectadas entre sí, parece haber tocado techo.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.