Anticipos de marzo
Tiempos políticos curiosos son los que vivimos. A la mayor cantidad de elecciones desde 1990 por el añadido de primarias y de Cores, tal como se informa en este diario en días recientes bajo el título“Reformas políticas duplicarán cantidad de elecciones”, asistimos a una balcanización de la oferta presidencial, con 9 candidatos. Como si fuera poco, todo ello aparece aderezado con la incógnita que trae consigo el voto voluntario. Pero, bajo una aparente vorágine electoral ylas mayores posibilidades de elegir, descansa la contienda más predecible de todas.
De no mediar alguna contingencia o imprevisto, se pueden anticipar con probabilidad las manos en las que recaerá el premio mayor, sea en primera o segunda vuelta. La incógnita está colocada en los resultados parlamentarios, con la posibilidad de doblajes por parte de una Nueva Mayoría que pudiera herir en el ala la capacidad de mantención de veto que la derecha considera hoy su mejor refugio. Pero no es la única. Otras adicionales son, por un lado, el nombre de quien llegue “mejor segundo” dentro del espectro de la izquierda, por mucho que se diga que la creciente liquidez del sistema político en Chile relativiza a mediano plazo el potencial de cualquier posición que hoy parezca prometedora. Por otro, existe expectación acerca del impacto en las urnas del llamado realizado por el movimiento #MarcatuVoto, que aspira auna Nueva Constitución vía una asamblea constituyente.
Si bien no es el único que persigue dicho objetivo, ha logrado ser el más mediático en su empeño por empujar una demanda que, imperceptible como el aumento del nivel del agua en los canales de Venecia, no ha hecho más que aumentar desde que tres de los cuatro candidatos de las elecciones presidenciales del año 2009 la incluyeran en su programa.
Quien busque algo de emoción política, más allá del efecto estrictamente personal que genera Bachelet o de la adrenalina intermitente que se expresa en algunas movilizaciones, mejor que espere a que se le aparezca marzo porque lo aburrido de esta elección cambia si oteamos el cuadro político en configuración. En primer lugar, las huestes liberales buscarán un lugar bajo el sol, albergadas bajo el malhadado nombre del referente velasquista “Fuerza Pública”. Enseguida, veremos los avatares que experimentará una derecha interpelada por exorcismos de su pasado, desde el Piñerismo, pero también por el peligro de arriesgar toda respetabilidad si demasiados de sus votos desembocan en el caudal de Parisi. En tercer lugar, el impacto que pudieran surtir los resultados parlamentarios y el esfuerzo programático de Marco Enríquez-Ominami en un país donde la política institucional importa más de lo que se predica. Sin duda, la expectación estará puesta en el primer gabinete de una debutante Nueva Mayoría que podría llegar a La Moneda de la mano de la reincidente Bachelet. Existe un consenso claro acerca de las mayores dificultades que enfrentaría, aunque esto bien puede decirse de cualquier otro gobierno en el planeta. La particularidad chilena de hoy, que se trata de capturar por medio de ideas tales como la del malestar, es la instalación de una impugnación a la doctrina legitimadora del orden económico y social que, heredada de la dictadura y cristalizada en la Constitución sucesivamente remendada, sirvió de base a la transición..
En ese marco, hoy parece ser un tiempo incluso más apropiado para perseverar en la tríada de criterios con los que Bachelet quiso caracterizar su mandato, expresándolo en su primer gabinete de marzo de 2006. Reiterarlos, por tanto, no resultaría para nada extemporáneo. Ya esperaba ver señales de ellos ya en la conformación de su comando de campaña, al menos en lo relativo a la paridad de género y la “no repetición del plato” Sin embargo, ha destacado más el retorno de una cuestionada tecnocracia por obra del Transantiago y la exclusión de los sectores de izquierda más cuestionadores y reflexivos.
Con relación a la “no repetición del plato”, a pesar del paso al costado que Bachelet diera marchándose muy lejos para que ello ocurriera, se mantiene como una asignatura pendiente. Si bien el comando contiene una incipiente inyección de vitalidad juvenil, habrá que ver si se proyecta en el gobierno y si ésta podrá lidiar con desafíos procedentes de distintas direcciones y para los cuales los políticos experimentados podrían contar con mejores recursos. Desde afuera, por una revolución de expectativas de no fácil domesticación por mucho que se intente enviar el mensaje de que este gobierno no dejará holguras fiscales. Desde adentro, por las posiciones contrapuestas al interior de una Nueva Mayoría donde los temas valóricos son apenas la punta del iceberg.
En cuanto a la paridad de género, salvo por la mayor visibilidad de Javiera Blanco, vocera del comando, no se observan mujeres protagónicas. Esto también puede deberse a que, aunque las haya, los medios se suelen encargar de obviarlas. Cabe esperar que, luego de la experiencia de su primer mandato, Bachelet la repita y esta vez la acompañe de una estrategia que permita, no solamente su mantención en el tiempo sino una explicación de un significado democratizador que no soportaría quedarse nuevamente atrapado en porcentajes. Con relación al “gobierno ciudadano”, pudiera existir la tentación a repetir las comisiones que, con disímil resultado, fueron una marca registrada de su administración pero que, por su abuso, la actual trivializó. La idea evoca más bien a la posibilidad de desarrollar la vía de la participación ciudadana semidirecta a través de plebiscitos, iniciativa popular de ley o revocatorias de mandato, fórmulas todas que ayudarían, sin duda, a drenar un malestar que la opción electoralista por la que parece haberse optado hasta el momento difícilmente podrá lograr. Sin embargo, en este plano, las que pudieron ser buenas ideas en el 2006, hoy parecen insuficientes para dar cuenta de una demanda por expresión un tanto veleidosa, pero pertinaz, que discurre por lugares tan distintos como redes y manifestaciones callejeras y que bien podría canalizarse adecuadamente a través de una asamblea constituyente. Pero eso requiere de una osadía difícil de encontrar en un cuadro político donde la ansiedad por el consenso raya en lo patológico.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.