Edwards y su masculina modernidad
Los motivos que llevan a leer columnas de opinión son variados. Quizás el más usual sea la trayectoria de quien la suscribe, avalada por criterios de autoridad en un campo determinado. Sin embargo, confieso que soy de las que se encandilan con los títulos. Un título bien puesto es aquel que no solamente captura la atención del potencial lector sino que encapsula, en un parpadeo, su contenido. Eso fue lo que me sucedió con la columna de Sebastián Edwards, publicada en el mismo diario, bajo el título “Un país moderno, por favor”. Cansada de observar un debate programático en el que el país se oferta en ejes, como un pan en rebanadas, resulta sugerente el horizonte de modernidad al que la columna invita. Mientras en el comando de Bachelet se habla de tres ejes inamovibles, educación, reforma tributaria y Nueva Constitución, sin entrar todavía en mucho detalle en el de Matthei se plantean, más en borrador todavía por su ingreso tardío a la carrera, educación, salud, regionalización y delincuencia.
A su profundización poco ayudarán los debates programados, con la cantidad de nueve aspirantes a La Moneda, por lo que toca hacerse a la idea de no esperar mucho más que intercambios de pareceres.
Es por ello que hablar de modernidad permite dotarse de un cierto horizonte, aunque no es algo que nos resulte extraño. ¿No se nos ha vendido durante todos estos años un tipo específico de modernidad, que llaman liberal? Edwards no dibuja una idea vaga de la misma sino que se refiere a lugares concretos como Canadá, Australia o Nueva Zelanda. La mayoría coincidiría con él cuando dice que “ser moderno no es lo mismo que tener el ingreso per cápita que un país avanzado”. De ahí que las encuestas no ratifiquen el entusiasmo con que el gobierno nos habla de las rutilantes cifras que el país exhibiría en distintos planos. Por otro lado, hace un interesante esfuerzo por destacar atributos de modernidad que todos compartiríamos. Resulta llamativo que, aunque reitera en varias oportunidades la necesidad de inclusividad, recordando que en los países modernos se “celebran y respetan a los pueblos originarios” y “los gays tienen los mismos derechos que los heterosexuales”, nada dice de la situación de discriminación que las chilenas viven en múltiples planos. ¿Qué explicará esta omisión? Una hipótesis es que Chile, cuyas dos candidaturas presidenciales más competitivas están en manos de mujeres, podría ser visto como ejemplo de superación de las desigualdades. Pero nuestro economista-articulista tiene demasiados pergaminos como para ignorar que la situación de Michelle Bachelet y Evelyn Matthei son una excepción, muy lejana de la normalidad de la experiencia femenina en Chile. Una segunda explicación de la omisión de nuestro género es porque la desigualdad, en nuestro caso, resulta un fenómeno incombustible. Un ejemplo de ello sería que no existe la equidad laboral entre hombres y mujeres en ningún lugar del planeta.
Lo cierto es que la situación de las mujeres en Chile deja tanto que desear que resulta incomprensible que Edwards no nos aluda.Los países más inclusivos, igualitarios y democráticos del mundo, según USAID, presentan al menos 30% de mujeres en cargos de decisión política.
Nuestro país cayó durante el actual gobierno desde el puesto 46 al 87 en el último ranking global de igualdad de género elaborado por el Foro Económico Mundial. Particularmente sensibles para este derrumbe ha sido la baja participación femenina en cargos gerenciales y en la actividad política así como la brecha salarial. Los países que Edwards consigna como ejemplo de modernidad están a años-luz de distancia del nuestro: Nueva Zelanda, en sexto lugar y Canadá y Australia en los puestos 21 y 25, respectivamente. Incluso EEUU, al que él no nombra pero que es fácil reconocer en varios de los atributos que recoge en su columna, ocupa el puesto 22 de dicho ranking.
Un reciente Indice de Inclusión Social, elaborado por Americas Society y Council of the Americas arroja el liderazgo que nuestro país tiene en la región en materia de derechos civiles y políticos, junto con la tasa más baja de homicidios, mostrando al mismo tiempo la deuda que tiene con los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales. En materia de participación política, por ejemplo, nuestro escuálido 13,9% de mujeres en el Congreso da cuenta de lo mucho que hay que avanzar cuando las chilenas constituyen el 52,4% del padrón electoral. Pero no se trata solamente de justicia numérica. Países que han enfrentado la subrrepresentación femenina a través de medidas de acción afirmativa han encontrado en el argumento de la modernización, frecuentemente asociado a feminización una razón poderosa, junto con otros, para lograr la aprobación de medidas que han mostrado ser tan eficaces para incrementar la presencia femenina en cargos de decisión como lo son las cuotas.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.