Venezuela: la hora de la política
Sería erróneo interpretar el retorno del Presidente Chávez a Venezuela con el propósito de continuar su tratamiento contra el cáncer que lo aqueja como el capítulo más de una teleserie. La emocionalidad desatada por rezos y festejos es justamente lo que se persigue a fin de descomprimir las tensiones que podrían suscitarse a raíz de la reciente devaluación, la tercera en 30 años. Aunque el predominio informativo se ha colocado en sus efectos negativos, visiones alternativas como las del CEPR, vinculado a economistas como Stiglitz, señalan que “impulsará la competitividad de las industrias nacionales y reducirá la fuga de capitales”.
Lo preocupante podría ser más bien su combinación con los que se indicaban serían los principales desafíos para quien debiera asumir un nuevo período presidencial: inseguridad y expansión del crimen, ineficiencia y fallas de los servicios, desabastecimiento y aumento de la polarización.
Su retorno resulta indicativo, además, de una dimensión instrumental de la política menos perceptible en el paisaje político venezolano. Desde que asumiera Chávez en 1998, el devenir nacional ha estado marcado por la incertidumbre generada por su voluntarismo y por el movimentismo electoral. No es que antes estuviese ausente el cálculo, pero éste se veía opacado por una amalgama de sentimiento con espectáculo, cuando no por códigos cuasi religiosos.
Tras la falta de carisma de la dupla Maduro-Cabello se devela la premeditación de un guión diseñado -incluso extramuros del chavismo- para trascender la vigencia del líder y maniobrar frente a la segura elección que desencadenará su disminución física. El chavismo, portador del germen divisionista producto, entre otros factores, de la tensión civilismo versus militarismo, se apronta a vivir sin Chávez. Ello obliga a construir una nueva legitimidad política por medio de la referencia simbólica a su figura.
La transición que vive el país no solamente debe observarse en clave de acción política. El adelanto de la sucesión como producto de las condiciones de salud de Chávez genera la oportunidad para la evaluación acerca de su prolongado mandato. Aunque existe una voluminosa producción académica sobre la crisis de legitimidad del sistema de conciliación de elites y partidos políticos que él buscó superar, no existe algo similar acerca de la revolución que promovió. Encontramos, sí, sugerentes biografías, análisis tentativos o bien asimilaciones ramplonas a ese lugar común en que ha devenido el populismo con sus “neo”. ¿Puede el llamado “Socialismo del siglo XXI” considerarse una revolución por el hecho de haber convertido al país en el menos inequitativo de la región? Sobre las revoluciones, se ha reflexionado más acerca de sus causas que sobre los indicadores que permiten reconocer sus efectos. Los 14 años del chavismo y sus transformaciones hegemónicas, a pesar de las aspiraciones refundacionales de la Constitución de 1999, presentan continuidades estructurales con el orden de los siglos XIX y XX. Nos referimos, por un lado, al culto al caudillo y, por otro, al modelo rentista-petrolero, con su consiguiente cultura política dependiente y asistencialista.
Publicado originalmente en mi blog en “Voces” de La Tercera.