Mujeres y medios: ¿una relación inconfortable?
En algunos circuitos, resulta una letanía recurrente culpabilizar a los partidos políticos de buena parte de los infortunios que las mujeres experimentan en la vida política. Es cierto que las estructuras partidarias no hacen la vida precisamente fácil a las mujeres. Múltiples hallazgos revelan los muros con que ellas se encuentran, no tanto para militar y formar parte de la escasamente glamorosa base partidaria sino de la élite que dirige. Igualmente, se ha encontrado que resulta una tarea ardua el ingreso a una lista, aún en contextos donde el sistema electoral lo facilita como es el caso de los sistemas proporcionales. La literatura utiliza metáforas para reflejar estas dificultades: habla del proceso de selección como “el jardín secreto de la política” (por lo poco iluminado, tanto académicamente como por el escrutinio periodístico), “atravesar el Rubicón” (para expresar el hecho de lanzarse a una empresa de arriesgadas consecuencias) o “pasar el ojo de una aguja” (de acuerdo a la parábola bíblica).
En contextos donde los partidos no sólo son menos rígidos sino que casi resultan anecdóticos como el norteamericano, se ha encontrado que los medios de comunicación tienen efectos más bien ambiguos: las investigaciones demuestran que los medios no cubren a candidatos y candidatas de la misma forma. Para el caso de las mujeres, enfatizan el background personal y, en los hombres, los asuntos relacionados con la competencia. También se ha detectado que, en algunos casos, los partidos prefieren la incorporación de las mujeres como candidatas porque aparecen como buenas comunicadoras.
Más allá de estos aspectos, todavía queda mucho por indagar acerca del rol que los medios de comunicación cumplen en la proyección de imágenes, códigos y sentidos en relación al género. Sin embargo, sabemos que su efecto no es neutral por cuando pueden influir, y hasta determinar, las percepciones que los electores terminan haciéndose acerca de las mujeres y sus capacidades, tanto reales como potenciales.
En Chile, éste no era un tema especial de atención hasta que una mujer llegó a la primera magistratura. Si bien es cierto que el Servicio Nacional de la Mujer (Sernam) ha venido mostrando una preocupación por este ámbito mediante la creación del premio Imagen: Mujer y Medios de Comunicación, desde 1998, es a partir de la llegada de Michelle Bachelet a La Moneda que podemos observar uno de los fenómenos más interesantes como es la valoración que los medios hacen del desempeño de las mujeres en la esfera política y también, ¿por qué no reconocerlo? más irritante por los sesgos y estereotipos que se han venido a revelar. Lo cierto es que ya no resulta posible descuidar lo relativo a las dimensiones simbólicas y, en ese plano, los medios juegan un importante rol en la proyección de normas culturales, su mantenimiento o posible cambio. El universo simbólico y el imaginario colectivo se nutren de la imagen quelos medios proyectan de la mujer, así como de los prejuicios y estereotipos muchas veces a ellos adosada.
Existen pocos estudios sobre los medios de comunicación en Chile y cómo abordan los temas relativos al género. Carolina Muñoz elaboró para la Mesa Pro Género organizada por la Fundación Chile 21 y la Fundación Friedrich Ebert, en el año 2007, un documento denominado “Al margen de los medios: la representación de las mujeres en los medios de comunicación” donde se centraba en las mujeres como sujetos de los mensajes pero también como sujetos profesionales. Su conclusión es que Chile no escapa a la situación internacional, afirmando que “los medios de comunicación y de entretención están en un proceso de lenta transición hacia nuevas imágenes y tratamiento sobre las mujeres y lo femenino: por un lado, se mantienen los fuertes estereotipos sobre las mujeres y, por otro, se incorporan nuevos modelos femeninos que dan cuenta-de manera limitada-de los cambios que recientemente se han producido en nuestra sociedad durante la transición política y el proceso de democratización”. Dicha autora plantea, en grandes líneas, lo siguiente:
- El tratamiento de los medios de comunicación y entretención hacen de las mujeres se puede caracterizar como una imagen para la venta de productos de distinto tipo;
- Las mujeres se incluyen como imágenes y en o historias en las secciones de menos importancia al interior de los medios;
- Lo que le interesa a las mujeres está contenido en secciones o especiales como los suplementos femeninos;
- Se acostumbra a mostrar la doble jornada como un valor positivo, como si no fuera una sobrecarga y un problema para la sociedad;
Añade que las mujeres, en tanto sujetos profesionales, suelen estar excluidas de la jerarquía que organiza la realidad construida desde los medios.
Muñoz avanza en una interesante tipología de los estereotipos a los que se reduce la imagen femenina: la mujer fatal, la niña ingenua, la madre abnegada, la bruja, la amazona y la musa. Mención aparte le merece lo que denomina la nueva imagen de “la mujer de éxito”, que aparece en espacios ligados generalmente a la economía, como exitosa, destacada y que logra conciliar su rol materno y profesional. El tratamiento otorgado a estas figuras es casi siempre el mismo: el logro de la conciliación profesional y la vida familiar, la capacidad de desempeño, la valoración del trabajo pero, al mismo tiempo, el silencio acerca de la discriminación como una realidad así como ciertos tintes de apoliticismo.
Un estudio más reciente, por encargo del Sernam, titulado “Observatorio de género sobre la imagen y el discurso referente a las mujeres en los medios de comunicación social en Chile” de mayo del 2008 refuerza algunas de estas conclusiones. El estudio se circunscribió al análisis de noticias presentadas en prensa escrita, radio y televisión y se centró en la mujer como emisora y como protagonista de la noticia, no incluyendo la dimensión profesional de las mujeres en los medios. Entre otros hallazgos, constata una mayor preocupación por el lenguaje de los medios, mediante el intento de erradicación de su utilización sexista. De acuerdo a lo analizado, pareciera ser éste un mérito que se aprecia en la prensa escrita y en la televisión, estando más susceptible la radio de caer en este tipo de uso. Por otra parte, el estudio concluye que la aparición femenina reviste una forma antagónica o polarizada, revelándose un proceso de discriminación intragénero (por un lado, las mujeres de escasos recursos y, por otra, las mujeres de éxito). Igualmente, se señala que la relación periodística hacia la Presidenta Bachelet tiende a sobredimensionar los resultados por la cantidad de apariciones que merece en la prensa.
El referido estudio no abordó algunos aspectos cruciales para entender la valoración que los medios realizan acerca del género, más centrados en medidas específicas que pudieran afectar la participación política femenina o en la forma en que está siendo interpretado el liderazgo presidencial cuando es ejercido por una mujer. Resulta interesante revisar este tratamiento, centrado en tres ámbitos: medidas de discriminación positiva o cuotas, por cuanto la Presidenta Bachelet las incluyó en su programa de gobierno; la paridad como criterio de conformación de los cargos del poder ejecutivo y, en tercer término, el ejercicio del liderazgo presidencial.
Los hallazgos de Muñoz y del referido Observatorio, para Chile, coinciden con una realidad ampliamente difundida en los más diversos contextos. Por ejemplo, para el caso de España, estudios como los realizados por Ruiz Molina[1], centrados en el análisis de la imagen que los medios de comunicación transmiten de las mujeres políticas a través de las informaciones y de las opiniones que de ellas se publican, descubre algo llamativo: incluso un diario como El País, de corte progresista, no deja de imprimir ciertos rasgos discriminatorios en las informaciones referidas a mujeres ministras.
Estudios internacionales sobre la presencia de la mujer en la prensa realizados respectivamente en 1995, 2000 y 2005, coordinados por la Asociación Mundial de Comunicación Cristiana, revelaron que la perspectiva sobre la mujer suele carecer de matices: la prensa popular tiende a presentarlas de manera glamorosa y poco realista, por un lado, o bien víctimas de abusos, particularmente sexuales. Para este año, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha vuelto a alentar a los medios a promover la igualdad de género en la prensa bajo el lema “Las mujeres hacen la información”. El tema elegido este año es el de “Historias de mujeres jamás contadas”, con la finalidad de concienciar a los editores sobre la capacidad profesional de las periodistas y editoras, mejorando así sus posibilidades de desarrollo profesional y la paridad de género en las redacciones.[2]
Desde que la Presidenta Bachelet asumiera se ha realizado varios estudios para captar las actitudes ciudadanas con relación a las medidas de acción afirmativa. Realizados por Flacso, por encargo del Sernam o bien el más reciente, realizado por cuatro centros de pensamiento vinculados a distintas corrientes políticas, con el auspicio del PNUD, todos dan cuenta de un apoyo sustantivo a las cuotas. En el primer caso, de 2006, un 69,5% de mujeres y un 54,9% de hombres están a favor de las cuotas y un 79,9% de mujeres así como un 83,3% de hombres están a favor de la extensión de medidas de paridad de género a otras instituciones. En el segundo estudio, 75% de los encuestados está de acuerdo con que haya una ley que exija igual número de mujeres y de hombres en ministerios, subsecretarías e intendencias, y un 64% está de acuerdo con una ley que exija un porcentaje mínimo. Dado que una ley de cuotas es una de las promesas contenidas en el programa de gobierno de la Presidenta Bachelet, llama la atención que dichos estudios se recogen en los medios de manera un tanto anecdótica, sin mayor debate y análisis subsiguiente.
Con relación a la paridad[3], es difícil saber si la prensa informa sobre el tema movida por el desconocimiento o la malicia. El caso es que no la han sabido abordar. Cada vez que lo hacen, no han trepidado en calificarlo como un “dogma” que obstaculiza la necesaria capacidad de maniobra presidencial o, cuando menos, como un criterio limitante frente a otros que debieran privilegiarse como la elección de los “mejores” y el cuoteo partidista.[4] Luego de un segundo cambio de gabinete realizado en marzo de 2007 en que la Presidenta removió a la única mujer que incluía el gabinete político junto con la Ministra Defensa, es necesario reconocer que la composición ministerial regresó a la lógica de la división del trabajo por sexo donde las mujeres han quedado ubicadas en los ministerios tradicionales sectoriales. Sin embargo, la prensa no deja de repetir desde entonces que la paridad ha sido sepultada. Ello supone un error conceptual por cuanto la paridad se mantiene, en su criterio flexible incluso luego del tercer cambio de gabinete. El criterio de paridad es, cuando no banalizado, al menos incomprendido. Algunas columnas de opinión le piden a la paridad que solucione las desigualdades seculares entre hombres y mujeres sin entender que la paridad es una condición necesaria, pero no suficiente, para tal proeza. La prensa no se ha ocupado con seriedad de comprender el verdadero sentido de la paridad aunque también, justo es decirlo, ha faltado una estrategia comunicacional de La Moneda para su explicación, más allá de los intentos que la misma Presidenta realiza.
En cuanto al ejercicio del liderazgo presidencial, se ha suscitado el debate acerca de un supuesto “vacío” presidencial o falta de liderazgo de la Presidenta Bachelet. Este planteamiento ha sido recurrente en los medios, y no sólo en boca de personeros de la Alianza, sino también de la Concertación. Si bien resulta comprensible la dificultad para analizar el desempeño del poder ejecutivo cuando quien dirige los destinos de un país es una mujer, más difícil resulta todavía si ello se realiza a través de una ideología masculina compulsiva que se usa como parámetro para evaluar el desempeño. Es más, frente a la reivindicación que ha hecho la Presidenta de un estilo más cercano y dialogante, que ella califica como “femenino”, y que hace más énfasis en los procesos que en los resultados, se ha llegado a plantear que “debido a sus problemas de gestión reflejados en la baja de satisfacción con su gobierno, ello alimentaría la oposición a la idea de tener a una mujer en La Moneda en 2010”[5] Estas visiones, junto con contribuir a estigmatizar la capacidad femenina global en base al desempeño de una mujer individual, confirma la existencia de que las mujeres carecen de una subjetividad autónoma y diferenciada. La Presidenta ha advertido, en varias oportunidades, la interpretación parcial y sesgada de los medios y no ha vacilado en afirmar que ella experimenta una suerte de “femicidio político”[6], asimilable al “asesinato de imagen”, como resultado del doble estándar con que se juzga, a su juicio, su actuar. La opinión pública parece estar de acuerdo con esta situación. El programa Tolerancia Cero, de Chilevisión, uno de los escasísimos espacios de debate político existente en la parrilla programática, con un staff de analistas exclusivamente masculino, característica que los vanagloria, encarga encuestas sistemáticas. En la de marzo del 2008, a la pregunta “Por el hecho de ser mujer ¿ud. diría que la Presidenta ha sido perjudicada o favorecida por los políticos?”. A la opción “perjudicada”, 78% de los hombres responden afirmativamente frente al 84,7% de mujeres. En abril de este mismo año, a la pregunta “Independientemente de su posición política ¿ud. diría que la Concertación está apoyando suficientemente al gobierno de la Presidenta?”. La opción No por un 65,1%.
Si bien algunos no han trepidado en acusar a la mandataria de autovictimización, cosa que merece dudas por cuanto ella ha mantenido de forma coherente desde un discurso de género y consciente de las discriminaciones, lo preocupante es que alguna de sus colaboradoras en el gabinete como fue el caso de la exministra de Educación, Yasna Provoste, también haya hecho uso de su condición de mujer, entre otras características que reflejan una condición de subordinación (como la raza y la clase social), para enfrentar los cuestionamientos a su gestión y que derivaron en la acusación constitucional que la alejó de la vida pública por cinco años. La instrumentalización del género para escudarse de los ataques políticos, no cabe duda, no ayuda precisamente al ensanchamiento de las posibilidades femeninas en la esfera pública, como tampoco ayuda en lecho de que los hombres prefieran inhibirse de formular críticas so riesgo de ser acusados de machistas.
Esta polémica nos remite a otras preocupaciones tales como la ausencia de una razonable imparcialidad para juzgar el desempeño político de la primera mandataria en una sociedad cruzada por las discriminaciones no sólo de sexo, así como a las estrategias que las mujeres utilizan para neutralizar las dificultades que enfrentan.
Será necesario esperar al final del período para hacer un balance más equilibrado del tratamiento que los medios le conceden a los temas de género así como al análisis de una mayor participación profesional femenina, especialmente en los cargos de decisión editorial. Los suplementos femeninos de los diarios El Mercurio y La Tercera se han abierto a fenómenos relativos a la mayor presencia de la mujer en la esfera pública, aunque sin renegar de su condición de instrumentos que favorecen el consumo de los productos tradicionalmente adquiridos por mujeres. A simple vista, sin realizar un estudio todavía de cobertura, el diario La Tercera refleja una paulatina puesta a tono con los tiempos al incluir, en su espacio de opinión, a más columnistas del género femenino lo que supone un avance en el camino de la modernización cultural. El Mercurio, por su parte, se mantiene apertrechado en su irreductible masculinidad.
El analista político y politólogo Patricio Navia mantiene en la web un sistema de difusión de artículos de prensa, denominado Referente, en el que no sólo difunde sus artículos sino también los de colegas que le merecen una opinión favorable. En esta práctica, escasamente ha ayudado a promocionar a mujeres que escriben en los medios. Es interesante observar este fenómeno a nivel mediático-digital, que sigue patrones similares al efecto “outgroup” develado por el politólogo norteamericano David Niven[7] para el caso de los procesos de nombramiento de candidatos. De acuerdo a éste, las élites partidistas, naturalmente hombres, consistentemente preferían a candidatos como ellos. Añade que, dada la ubicuidad de los hombres en las elites partidarias, tal sesgo representa un obstáculo importante para las mujeres que aspiran a ser candidatas. ¿Sucederá lo mismo, para el caso de las mujeres que aspiran a tener a influenciar la opinión pública? Es probable, a juicio de dinámicas como la que señalamos, donde los hombres tienden a apoyarse a sí mismos.
Como nuestros medios de comunicación no han incorporado seriamente la figura de la “responsabilidad social informativa”, ninguno ha avanzado todavía en la instauración de la figura del “defensor del lector”. Esta modalidad, emparentada con la que existe constitucionalmente en muchos países del “ombudsman” para defender a los ciudadanos frente a la administración del Estado, ha sido instalada con éxito en muchas industrias comunicacionales del primer mundo. Si ésta existiera, lectores/televidentes/radioescuchas podrían denunciar situación de información y cobertura no equilibrada cuando no directamente sesgada y estereotipada.
En Chile, su inexistencia se ve obscurecida por la dictadura del “people metter” o bien de la figura, ambigua y engañosa, de la autorregulación.
¿Qué se puede hacer para cambiar la situación? Los más perezosos y menos creativos señalan que es un asunto de tiempo. A medida que las mujeres se incorporen fuertemente al mercado de trabajo, accederán a los niveles de decisión, incluso comunicacionales. Es una respuesta miope a las múltiples brechas que se observan hace rato en el mercado laboral y que perjudican a las mujeres: la salarial, la de ascenso y la de segmentación, por citar algunas. Por su parte, el Servicio Nacional de la Mujer (Sernam) se ve desafiado a avanzar mucho más que el otorgamiento de un premio anual, que convierte su accionar en la materia en algo un tanto intrascendente. En este tipo de situaciones, resulta inevitable remitirse a la formación de los periodistas y en la responsabilidad que las universidades tienen en la materia. Por otra parte, existen experiencias estimulantes a imitar, desarrolladas por mujeres que impulsaron su propio espacio informativo fuera de los circuitos convencionales y mediante el uso de las herramientas que entrega internet. Ahí están, por ejemplo, el blog de Arianna Huffington (The Huffington Post), uno de los más poderosos a nivel mundial o de Michelle Malkin, que se han convertido en todo un suceso en Estados Unidos.
Tal como lo señalara Antonia García de León[8], las élites femeninas (en este caso, las políticas), actúan como excelentes test sociales a distintos niveles de realidad. Las políticas, añade, constituyen un tema pertinaz de la imaginería popular y, antes que nada, del tratamiento que los “massmedia” gustan dar a las relaciones de hombres y mujeres. Concluye que, siendo todavía los patrones informativos una parcela del poder masculino, ese “otro” que decía Machado que eran las mujeres pasa a ser constituido desde la mirada masculina. Gerber[9] parece ser más comprensiva cuando plantea que los medios no pueden eludir el sesgo discriminatorio de las sociedades en los que están inmersos. No son apéndices autónomos de ellas. Sin embargo, queda planteada la pregunta: ¿dónde está el límite más preciso entre juicio mediático imparcial del desempeño político femenino y los estereotipos y atavismos de todo tipo? Deberán desarrollarse investigaciones más acuciosas para corroborar o bien desmentir lo que, por ahora, salta a simple vista.
[1] Ruiz Molina, Encarna “La imagen de las mujeres políticas en la prensa de información general”, accesado en www.turan.uc3m.es/uc3m/inst/MU/encarna_ruiz.html, 4/08/2008.
[2] Accesado en www.elportaldelaconciliacion,com, 3/08/2008.
[3] Judith Astelarra precisa las dos concepciones de la paridad: la primera, que se plantea como un tipo de acción positiva en que los dos géneros tienen la misma representación en todas las actividades pero, especialmente, en los puestos y cargos políticos. Consistiría, entonces, en la aplicación de cuotas en que ningún género tuviera más del 40% o, en su versión más extrema (que fue la inicialmente planteada por la Presidenta Bachelet), en una relación 50/50. Para más detalles, consultar Astelarra, Judith (2004) Políticas de género en la Unión Europea y algunos apuntes sobre América Latina, CEPAL, Serie Mujer y Desarrollo No. 57, Santiago.
[4] Para muestra, un botón. En una de sus más recientes columnas, titulada “Cabra chica gritona”, el analista Patricio Navia señala lo siguiente: “Preocupada más del cuoteo de género, las caras nuevas y los balances partidistas, la Presidenta nunca entendió que su éxito dependía de nombrar ministros poderosos”, La Tercera, 2/08/2008, p. 10.
[5] En “¿No más mujeres en La Moneda?”, de Patricio Navia, La Tercera, 25/11/2007, p. 7.
[6] El término fue acuñado por el director del diario Punto Final, Manuel Cabieses.
[7] En Niven, David (1995) “Party elites and women candidates: the shape of bias”, Women and Politics 19 (2): 57-79.
[8] En “Herederas y heridas. Sobre las élites profesionales femeninas”, Madrid, 2002.
[9] Berber, Bet (2007) “Michelle Bachelet y los mass-media: los costos de una revolución cultural”, publicado en alemán en el libro “Warum nieht gleieh? Politikerinnen in den medien”, Editorial VS Verlag, Wiesbaden, 2008.
Fuente: Revista Foro Chile 21, Agosto 2008, Año 8, Número 78.