Bachelet y el capital moral
Capital moral es prestigio moral en servicio útil. Tenemos indicios en los acuerdos en educación y seguridad ciudadana. Un líder puede movilizar postulados morales para establecer su autoridad.
Así como al entrar a una casa, la decoración evoca de inmediato a sus moradores y sus costumbres, lo mismo sucede con las encuestas de opinión. Sus preguntas pueden revelar más de las intenciones de sus artífices que del fenómeno que aspiran a entender. Es el caso de la Encuesta Nacional de Opinión Pública UDP 2007. Una de sus preguntas ha sido la favorita de los medios: “Respecto a las elecciones presidenciales del 2009 ¿cree que el próximo Presidente debe ser hombre o mujer?”. La interrogante pudiera resultar inofensiva si no fuera por el sospechoso realce que ha merecido y la ausencia de una explicación de contexto. La intención es evidenciar que 54% de los consultados se inclina por alguien del género masculino para dirigir los destinos del país.
Si analizamos información adicional disponible, ese porcentaje no debiera llamar tanto la atención. Serias investigaciones indican que, en Chile, no existe todavía un cambio cultural. Al revisar un estudio tan importante como la Encuesta Mundial de Valores (WVS), realizado para Chile por MORI, los datos de 2006 corroboran esta impresión: Chile se habría desplazado, desde 1990 a la fecha, desde el cuadrante más pobre y tradicional, dejando el más pobre pero continuando en el más tradicional. La rápida transformación económica no habría ido de la mano de las transformaciones culturales, concluyendo que se necesitan al menos tres décadas para llegar a tener los valores que hoy se identifican con una sociedad moderna. Chile se caracterizaría, entonces, por un desfase entre sus desarrollos económico y cultural.
No es sorpresa, por lo tanto, que 54% de chilenos prefiera un Presidente. Más bien, lo revelador es que para más de un tercio (32%), el sexo del futuro presidenciable es indiferente.
Una investigadora sobre temas de género y política en Chile, Susan Franceschet, ha afirmado que “las mujeres tienen más oportunidad de ingresar en política cuando ciertas características y comportamientos (de género) son especialmente deseables de acuerdo al predicamento de que las mujeres son necesarias para humanizar la política”. El que hoy tengamos una Presidenta, entonces, se explica más por la tesis de la “feminización” de la política que por la de “igualitarización” de las mujeres. Basta ver las últimas cifras para recordar cuánto falta todavía para lo segundo: Chile descendió ocho lugares en el ranking mundial de igualdad de género, según el informe del Foro Económico Mundial que, además, indica que nuestro país no ha logrado avances en materia de equidad entre hombres y mujeres. Otro reputado estudio, el Informe de Desarrollo Humano para 2007, informa que el país cayó dos puestos, recordando que uno de los indicadores que se consideran es “potenciación de género”.
Otro aspecto de las encuestas son las interpretaciones acerca de la mayor adhesión en atributos que recibe la Presidenta, en comparación con su Gobierno. Por ser mujer, han dicho algunos. Pero la evidencia demuestra que esta condición no es inmunizante sino todo lo contrario: conduce a una mayor exigencia y a la sobrecalificación. Otros esgrimen que sería por el blindaje que conlleva la ocupación de la Presidencia. No deja de producir escepticismo que la institución presidencial, la más asociada a la experiencia política masculina, pueda servir de coraza de las críticas a una mujer.
Existen explicaciones alternativas para entender por qué los chilenos aún aprecian en porcentajes significativos atributos personales presidenciales como credibilidad, capacidad para enfrentar las crisis o liderazgo así como la profesión de cariño y de respeto, según la encuesta CERC de septiembre de este año. Nos referimos al “capital moral” de la Presidenta. Recordemos que, siendo ministra y luego candidata, desplegó un interesante portafolio de atributos como simpatía y carisma, inteligencia emocional y empatía.
Sin embargo, no es posible desconocer algo de lo que mucho se habló en su momento: su biografía. Su historia de vida, marcada por el dolor y por la reconciliación, por la capacidad de convertir el sufrimiento en una tarea constructiva, por lo que ella misma denominó “resiliencia”, impactó a sus contemporáneos. Su trayectoria no resultó indiferente, porque el juicio moral es intrínseco en política. Es factible que esté latente en el imaginario de muchos chilenos que adhieren a su persona. Capital moral es, según Kane, prestigio moral en servicio útil. Ya tenemos los primeros indicios en los acuerdos logrados en educación y seguridad ciudadana. Un líder puede movilizar con fuerza ciertos postulados morales para establecer su autoridad. En el caso de la Presidenta, pareciera tratarse de un recurso que bien pudiera desplegar en el momento en que el país experimenta el ciclo del “salto al desarrollo”, para lo que están todavía por construir los consensos básicos necesarios tanto en materia de reformas políticas como económicas.
Publicado en LaNacion.cl