Los matices del voto femenino
La Tercera – 16/12/2005
“En Chile podría estar instalándose el mismo fenómeno que ya se aprecia en otras latitudes: un realineamiento del voto femenino hacia la izquierda en especial el de las mujeres jóvenes.”
Así como se instaló con indiscutible fuerza que la dirección del comportamiento electoral femenino en Chile era conservadora, parecía natural su vuelco a favor a favor de la candidata presidencial concertacionista. Había elementos para sostener estas suposiciones. Para el primer caso, en la primera vuelta de la elección presidencial de 1999, Joaquín Lavín obtuvo, entre las mujeres, más del 50% de los votos válidamente emitidos, mientras que el Presidente Ricardo Lagos recibió una votación de 5,5 puntos porcentuales inferior a la de los hombres. Para el segundo, y con base en la experiencia norteamericana, se ha diagnosticado que las mujeres tienden a apoyar a las candidatas, mientras que a los hombres apenas les influye el sexo del candidato.
Carecemos de cartas de navegación analíticamente efectivas para estudiar las claves del voto femenino. ¿Cómo podría ser otra forma si la transición a la democracia no supuso mayores cambios en la posición subordinada de las mujeres en la vida política? Hoy la situación es otra. Michelle Bachelet ha generado un cumulo de percepciones, expectativas, interpretaciones de experiencias vitales y mitos que configuran la definición social de la realidad y las funciones “propias” del genero y su relación con la política, debido a su condición de mujer.
Se esperaba que producto de un discurso comprometido con las mujeres, la votación femenina favoreciera a Bachelet en las elecciones del domingo pasado. Sin embargo, los votos de Lavín y Piñera sumados ascienden a 49% ligeramente superior a la votación individual recibida por ella, 46,95%. ¿Cómo explicar esta diferencia? Si observamos la última encuesta del CEP y a la pregunta de quién le gustaría a usted que fuera la o el próximo Presidente de Chile, los candidatos de la Alianza sumaban, en mujeres, el mismo 40% que responde a favor de Bachelet.
Ambos datos demuestran, a primera vista, que las tensiones electorales de género tienden a converger y que los comportamientos políticos de hombres y mujeres se asemejan progresivamente.
De todas formas, y carentes todavía de indicadores más elaborados con base en cruces de votos con otras variables, es posible conjeturar que en Chile podría estar instalándose el mismo fenómeno que ya se aprecia en otras latitudes: un realineamiento del voto femenino hacia la izquierda, especialmente el de las mujeres jóvenes. La misma encuesta CEP anuncio que quienes favorecerían la opción de Bachelet son los más jóvenes, posicionados mayoritariamente en la centroizquierda y con altos niveles de escolaridad. Por tanto, podrían ser las jóvenes con estas características el sustento del electorado femenino proclive a Bachelet.
Las mujeres no votan en bloque. Incluso, pequeñas diferencias son definitorias. El paisaje electoral en Chile incluye elementos de modernidad y de tradición, tendencias con cierto aire de familia a las sociedades industrializadas (vinculadas con actitudes hacia el post materialismo y el movimiento de mujeres) con patrones persistentes de sociedades en vías de desarrollo. Este electorado emerge como un campo en disputa, máxime debido a su relativa superioridad numérica.
Así las cosas, Michelle Bachelet parece enfrentar dos tareas: dirigirse hacia los hombres, su aparente talón de Aquiles, con una propuesta incluyente y acogedora de las tensiones que vivencia la identidad masculina, así como interpelar a los votos femeninos lavinistas, anclados en una visión de mundo popular y tradicional. En este segundo empeño, resultaría eficaz la incorporación de mujeres procedentes del centro político. Y Piñera, ¿tiene alguna esperanza con las mujeres? A la hora de cruzar variables, éstas nos dirían que su base de apoyo pertenece rígidamente al sector alto, de derecha, jóvenes y con altos niveles de escolaridad.
Es éste un retrato hablado de la típica “abeja reina”: mujeres que reivindican el individualismo meritocrático, carentes de un mínimo sentido de solidaridad de género y sin consideración especial de su sexo.