El potencial del liderazgo femenino
La Tercera 03/02/2005
“La emergencia de una mujer como Presidenta puede ser causa y efecto de un cambio social y de una variación en la distribución del poder político entre hombres y mujeres”
Escuche el otro día decir a la diputada Lily Pérez –y espero no interpretarla fuera de contexto- que el hecho de que una mujer llegue a la presidencia no implica necesariamente un cambio. A su juicio, si un primer mandatario hombre se lo propone, pueden producirse cambios efectivos para las mujeres. No deja de tener razón como quedo demostrado con la decisión del Presidente Lagos de nombrar el porcentaje más alto de ministras América Latina. Aunque están por verse todavía los impactos más profundos, nadie podría decir que se trato de una decisión inocua.
Asistimos a importantes debates sobre las implicancias que el género podría tener para el liderazgo político. Es bueno advertir que exploramos una ruta sin mayores mapas camineros. Más aun en estos tiempos en que la dimensión subjetiva de la política inunda la escena, insinuando nuevas claves de interpretación que les permiten a los ciudadanos estructurar lo real. Los estudios realizados presentan una misma característica: centrado en los hombres, no advirtieron la variable género.
Sin embargo, hay algunos referidos a mujeres presidentas y a unos cuantos casos que concluyen que estas no muestran un estilo de liderazgo nítido que las distinga y que no se animaron a promover un programa político a favor de las mujeres. Tal empresa, en sus respectivos contextos, podría haber implicado un suicidio político. Pero para ser justos, debe reconocerse que la mayoría de las mujeres analizadas (Bhutto, Gandhi, Aquino y Chamorro, entre otras) accedieron al poder por vía accidental, por derivación familiar y en momentos de agitación política.
Es por eso que la visibilidad adquirida por Michelle Bachelet y Soledad Alvear, y su posibilidad de acceder a la presidencia –primero por vía de las urnas intracoalición, luego a nivel nacional-, se convierte en un caso de laboratorio para analizar las percepciones y expectativas que su liderazgo produce.
Es importante destacar que la emergencia de una mujer como jefa de gobierno puede ser, a la vez, causa y efecto de un cambio social y de una variación en la distribución del poder político entre hombres y mujeres. Sin embargo, la sociedad que las observa, y también ellas mismas, aparecen presas de normas y estereotipos culturales profundamente enraizados con relación al género. Solo así se puede entender el mandato de fair play autoimpuesto como un deber y plasmado en el mediático café de hace unos días.
Es conveniente informar que ha habido mujeres que han desarrollado liderazgos transformacionales distanciándose de la tradición y abriendo nuevos rumbos en sus sociedades. Tal fue el caso de Gro Harlem Bruntland, en Noruega, impulsando los derechos de la mujer y los temas de medio ambiente y de Mary Robinson, en Irlanda.
Si la trayectoria es un indicador, no deberíamos esperar de Alvear un liderazgo de este tipo. Su visión más tradicional, con acento en la familia, unida a la peregrina recomendación de sus asesores de imitar a Margaret Tatcher, ofrece una senda predecible. Se recuerda al Thatcherismo por su asociación con la convicción profunda, empuje personal y fuerza de voluntad de la primer ministra británica, pero también con su rigidez, dogmatismo y moralidad pendenciera. Pero habría una via de salida: la experiencia indica que las líderes tienen más probabilidad de ser exitosas en promover el género si vienen de partidos de centro y de derecha. Para las mujeres de izquierda, la alternativa más viable es formar alianzas en estos temas con miembros en otros partidos.
Por otra parte, la menor trayectoria pública de Bachelet brinda el beneficio de la duda. Pudieran esperarse de su gestión signos de cambio, aunque tendrá más posibilidad de éxito si actúa primero como política y no como “mujer política”.
Se observa que la competencia electoral genera un rio revuelto en el que podrían salir ganadoras las mujeres: la búsqueda de votos puede llevar, incluso al político más machista, a desarrollar un interés en promover políticas dirigidas a este sector.