La lucha de Michelle y Soledad
2003.
La persistente positiva posición de dos mujeres del mundo concertacionista, Michelle Bachelet y Soledad Alvear, en las encuestas de opinión sobre eventuales candidaturas presidenciales instala en Chile un debate saludable – aunque todavía incipiente- acerca de las posibilidades que tiene una mujer de acceder a la máxima magistratura del país.
Sin embargo, cabe preguntarse si ellas han superado ya la etapa de ser “símbolos”: ambas parecen conscientes de los problemas que conlleva esa posición, que las coloca en la mira de la sobreevaluación de sus acciones y discursos. Sin ir más lejos, Michelle Bachelet anticipó el riesgo político implicado en esta posición y las posibilidades de verse expuesta a lo que ella denomina “tratar de rayarle la pintura”.
Es probable que todavía tengan que trabajar más duro que sus pares, luchar por no ser excluidas de las redes de poder masculinas y de superar ciertos estereotipos sexistas. Ya Jorge Schaulsohn informaba de cómo el sistema político presidencialista no alienta precisamente las oportunidades de participación política de las mujeres.
De las mismas encuestas se desprende que la presencia de una mujer en el cargo de mayor jerarquía del país tendría suficiente legitimidad ante la opinión pública. Particularmente entre las mujeres, que ya estarían dispuestas a vota por una de ellas. Esto significaría que Michelle y Soledad están ganando en el plano de la “política de la presencia”, basad en las características de género, reforzando la adscripción del grupo de interés. Sin embargo, faltan etapas sustantivas por quemar: las de la “política de las ideas” y de programas.
En este contexto, resulta inútil preguntarse en qué está el movimiento feminista, si es que podemos hablar de movimiento. Luego del logro institucional que supuso la creación del Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM), se ha instalado en los últimos tiempos otra modalidad de debate de los temas de la mujer, que aflora regularmente en nuestra prensa bajo el rótulo de “nuevo feminismo”: una opción por la complementación y no por la reivindicación, un especie de feminismo cortesano, de corte amable y funcional, que diluye las demandas específicas de género, y las desigualdades y discriminaciones que están en su base, por planteamientos en clave de acomodación, relacionados con la armonía familiar y la humanización de la sociedad.